miércoles, 16 de mayo de 2018

Viajes y Peripecias de un Viejo Mercenario Esperando Poder Jubilarse - Epílogo

CALDERO DE ORO

EPÍLOGO
Drill había cumplido su misión y había cobrado aquel salario desorbitado que sólo un tipejo como Karl Monto, tan habituado al dinero, podía pagar. Aquel salario había sido para Drill el caldero de oro que de la manera habitual había pensado que nunca llegaría a obtener.
Pero en eso nos habíamos equivocado los dos.
La misión de Bittor Drill le había llevado tanto tiempo y le había entretenido tantos años que cuando Drill y yo echamos cuentas, nos quedamos muy sorprendidos. Por eso Drill se alojó en la “Taberna de los mercenarios” de Dsuepu, durante todo lo quedaba de enero y el mes de febrero entero. Cuando llegó el veinte de febrero Drill se personó en la sede de la Hermandad de los Mercenarios, para hacerse cargo de pagar el tributo de aquel año: con el dinero que le había pagado Monto no tuvo ningún problema.
Pero quince días después, a primeros de marzo, Bittor Drill volvió a la sede de la Hermandad. Acababa de cumplir sesenta años, edad marcada por la Hermandad para que un mercenario pudiese retirarse, cobrando además su pensión por retirada (lo que todos llamábamos coloquialmente caldero de oro) si había cumplido con los tributos anuales durante toda su carrera. Drill lo había hecho (algo que no había asegurado conseguir tan sólo cuatro años antes) y estaba allí para reclamar su jubilación y su pensión.
Tuvo que rellenar un montón de impresos y firmar una serie de documentos, y esperar unos días a que todo fuese revisado y estudiado con detenimiento, pero al poco tiempo después le anunciaron que estaba todo en orden y que había sido licenciado con todos los honores. Además de su retirada y su pensión recibió una mención especial y honorífica de la Hermandad, por su carrera, su fama y la labor de aceptación de la figura de los mercenarios en los Nueve Reinos. La ceremonia de entrega fue sencilla y familiar, y la medalla era muy bonita.
Drill celebró una fiesta en la taberna, a la que acudieron todos los mercenarios que estaban en Dsuepu aquellos días y algunos vecinos de la ciudad que, aunque no pertenecían a la Hermandad (tenderos, artesanos, meseros) eran conocidos de Drill. En aquella celebración pudimos estar Riddle Cort y yo, como grandes amigos del homenajeado.
Drill marchó a la granja de su amigo en el norte del país a los pocos días y las despedidas fueron numerosas y cariñosas, algunas llenas de lágrimas. La de Cort y la mía fueron muy cariñosas, pero también muy llorosas.
Nos despedíamos de un gran mercenario y de un excelente amigo.


Hace meses que Drill se retiró y aunque tengo noticias suyas por las cartas que manda a la “Taberna de los mercenarios” a mi nombre (y que Frank me guarda a buen recaudo si estoy fuera en alguna misión) no le he vuelto a ver. Me da un poco de pena, pero estoy tan ocupada que no tengo tiempo de ir a verle. Por suerte, gracias a sus cartas sé mucho de él.
La vida de granjero es dura, pero él dice que se ha hecho rápidamente a ella. No es tan duro trabajar el huerto o cuidar de los animales como colarse en terreno enemigo y espiar a desconocidos, robar grandes objetos o matar a una persona a sangre fría. Según me cuenta, echa de menos las aventuras, la camaradería, pero no las misiones ni la vida de mercenario.
Sigo en activo, pero puedo comprenderle muy bien.
La espada reglamentaria y el sable marino que el rey de las Tharmeìon le regaló están colgados en una pared de la sala de la granja, casi olvidados en un rincón. Las medallas con las que fue honrado (la de bronce al mérito civil del reino de las islas Tharmeìon y la entregada por la Hermandad de los Mercenarios por su honrosa carrera en el oficio) las colgó su amigo en un lugar importante de la casa, sobre la repisa de la chimenea de la sala.
Sé que Drill no se pavonea por esos méritos ni se vanagloria del dinero ganado y de las riquezas de las que ahora, como humilde granjero, puede disfrutar.
Mi antiguo yumón no es así.
Sin embargo, sin que él me lo haya dicho en sus cartas ni yo lo haya visto, estoy convencida de que todavía luce, colgado al cuello, hecho con ramitas e hilo verde, el emblema de la Hermandad de los Mercenarios.
 Ese emblema seguro que sigue luciéndolo con verdadero orgullo.

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