miércoles, 28 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo IX (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- IX -
EL MARQUÉS DE MAHMUGH

Mostró el aval del rey en la puerta, a un criado alto y musculoso, que le dejó pasar después de revisar el documento. Otro criado igual de musculoso, aunque calvo y más moreno, le guio a la sala de audiencias del marqués. Le hizo esperar en la puerta y después fue a buscar al noble, que estaba en otras dependencias del palacio.
Al cabo de un rato un hombre de aspecto agradable, delgado y rubio, de ojos muy oscuros, se presentó ante Drill, acompañado por el mismo criado calvo, dos guardias armados y dos consejeros, hombre y mujer, vestidos con túnicas coloridas.
- Bittor Drill, ¿no es así? – preguntó, tendiéndole la mano al mercenario.
- Digo wen – asintió.
- Yo soy Rolamu, trigésimo segundo marqués de Mahmugh – se presentó el noble, mientras se estrechaban las muñecas. – Ya he visto el aval del rey que trae consigo, así que pasemos adentro.
El criado abrió la puerta de la sala y los demás pasaron dentro, con el marqués en cabeza y los guardias armados cerrando el grupo. Drill me confesó que se sintió cómodo desde el principio, por el clima del encuentro.
La sala de audiencias no era muy grande, aunque estaba construida en mármol blanco y su aspecto era muy lujoso e imponente. Tenía en el centro una mesa redonda, con varias butacas. No había distinción alguna en la mesa de madera maciza, aunque la butaca que ocupó el marqués tenía el respaldo más alto que las demás y el emblema de su marquesado en lo alto. A ambos lados se sentaron sus consejeros (la mujer a la derecha y el hombre a la izquierda) y el criado calvo y moreno se puso detrás de la butaca del marqués. Los dos guardias armados, que no tenían actitud amenazante, aunque sí intimidante, se colocaron tras Drill: mi antiguo yumón se dio perfecta cuenta de ese detalle, a pesar de que los dos guardias lo habían hecho con mucha discreción.
Estaba claro que Bittor Drill envejecía, pero no perdía del todo sus facultades.
- Muy bien, señor Drill, usted dirá – inició la conversación el marqués, recostado en su butaca, apoyado en los reposabrazos. – ¿A qué debemos su visita?
- Verá, marqués, he estado dos meses viviendo en el palacio del rey, bendecido con su hospitalidad – comenzó Drill, sin ser rastrero pero mostrándose educado. – Mi intención era conseguir algo para poder cumplir la misión en la que me veo inmerso. Ya sabéis que soy mercenario y debo cumplir las misiones que se me encomiendan.
- Desde luego – asintió el marqués. – ¿Es una misión de la Hermandad o de algún cliente privado?
- Es una tarea encomendada por un cliente privado, marqués. Un hombre rico de Barenibomur – explicó Drill. – Llevo mucho tiempo complicado con la tarea y en estos momentos necesito algo del reino de las islas Tharmeìon. Fui a ver al rey para solicitar su ayuda, creyendo que él podría hacerlo, pero es otro hombre quien puede ayudarme.
- ¿Acaso soy yo?
- No, mi señor marqués. Estoy en vuestro palacio porque necesito conocer y entrevistarme con Oras Klinton, el pintor real. Según el monarca él es el hombre que necesito.
- ¡Ah, bien! – se congratuló el marqués. – Oras se encuentra en Suri actualmente, por petición mía. Ahora que mi hija cumple la mayoría de edad quería encargarle un retrato suyo y también un gran mural de toda la familia reunida. Será una bonita pintura para decorar la gran sala de comensales.
Drill asintió, cortés. Nunca le había gustado la pintura y no entendía aquella manía de los nobles por dejar tras de sí retratos y óleos.
- Entonces solicito vuestro permiso para ver al pintor – rogó, humilde. – No necesito molestarle en sus trabajos, puedo entrevistarme con él mientras pinta o realiza sus tareas. No quiero retrasarle. Además, observar al gran genio mientras trabaja sería un honor – exageró un poco mi antiguo yumón, sabiendo que el pintor era muy querido en la corte y que de aquella manera se ganaría (quizá todavía un poco más) la simpatía del noble.
- No creo que él tenga ningún problema con eso, podrá recibiros en sus talleres – asintió el marqués. – Aunque ahora mismo, desde hace un par de días, Oras está en los acantilados del sur: me pidió permiso para ir a visitarlos, para estudiarlos y tomar bocetos. Son de una belleza imponente y era una oportunidad para el pintor para tomar medidas y modelos para futuros cuadros.
- Ya veo – se lamentó Drill. Pensaba que podría ver al pintor enseguida, tratar con él y ganarse su confianza y conseguir la llave en un par de días.
- Podéis esperarle en el palacio, faltaría más – asintió el marqués. – Si habéis sido huésped del rey bien podéis serlo mío.
- Ofrezco gratitud, marqués – asintió Drill, tocándose la barbilla con el pulgar repetidas veces. – Pero, ¿habría alguna posibilidad de ir hasta los acantilados para verle? No sé cuánto tiempo tardará en volver y lo cierto es que mi visita corre prisa. He de terminar mi misión cuanto antes.
- Por supuesto, sois libre de viajar a donde queráis – concedió el marqués, sonriendo. – Incluso dispondréis de una montura de la corte y una pequeña comitiva.
- No será necesario....
- De ningún modo, un invitado del marqués de Mahmugh debe ser atendido como merece – replicó el noble. – Hoy podréis pasar la noche en el palacio, en uno de los aposentos para invitados, y mañana organizaremos vuestra marcha. Los acantilados no están lejos y podréis llegar hasta Oras en una jornada.
- Gratitud y prosperidad.

martes, 27 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VIII (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- VIII -
RUMBO AL SUR

A falta de cuatro días para que el mes de mayo terminara, Drill volvió a viajar en barco, esta vez con dirección a la isla sur. El capitán Lorens Drenzton se ofreció a llevarle, ya que los marineros de “La gaviota dorada” estaban todavía en Nori, disfrutando de unos cuantos días de descanso, aprovechando que la Temporada Húmeda estaba siendo benévola y el calor del Verano empezaba a coger fuerza.
El viaje, cruzando el estrecho del Cuervo, entre la isla norte y la isla sur, duró apenas un día. Llovió durante toda la travesía, aunque la lluvia era fina y ligera, una lluvia sin fuerzas característica de finales de la Temporada Húmeda. Los marineros refunfuñaron todo el viaje, ocupados con las maniobras, calándose por la lluvia fina pero insistente. El capitán Denzton colocó un toldo sobre el timón, para poder viajar ligeramente más cómodo. Drill viajó con él, a medias disfrutando del viaje en agradable compañía con el capitán y a medias avergonzado por las miradas molestas de los sufridos marineros.
Por la noche llegaron al puerto de Suri, que estaba separado de la ciudad un par de kilómetros. “La gaviota dorada” atracó y todos pasaron la noche a bordo.
Al día siguiente el capitán dio permiso a sus marineros para distenderse, en las dos pequeñas tabernas del puerto, antes de emprender el viaje de regreso a la capital. Drill revisó su mochila (la que había sido de Quentin Rich) y se preparó para seguir con su viaje.
- Un placer, señor Drill, como siempre – se despidió el capitán, tendiéndole la mano.
- El placer ha sido mío, capitán. Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – Drill le estrechó la muñeca.
- Ofrezco y deseo el triple, como se suele decir en el continente – respondió el capitán, sonriendo. Drill le devolvió su sonrisa infantil y después bajó por la rampa. En el muelle, los marineros de “La gaviota” con los que se cruzó le desearon buen viaje y le despidieron con buenas sonrisas: una vez en tierra, su temperamento hacia él había cambiado. Hacía buen tiempo (muy nublado, pero cálido y sin lluvia) y volvían a tener tiempo libre, así que no le guardaban rencor a mi antiguo yumón. Drill se despidió de ellos y siguió su camino.
La ciudad de Nori crecía desde la costa hacia el interior; la ciudad de Suri era distinta. Suri estaba enclavada en el interior de la isla, al borde de los pies de las primeras montañas de la cordillera de Oxe. Su puerto no tenía nada que envidiar al de Nori, era moderno y bien surtido y organizado, pero estaba alejado de la ciudad, unido a ella por una carretera adoquinada suficientemente ancha para que dos carros grandes pudieran cruzarse en sentidos distintos. El puerto tenía dos tabernas, grandes naves de almacenamiento, una tienda de repuestos y reparaciones gestionada por el marquesado y unos establos con buena cantidad de caballos, mulas y carros. Drill alquiló una mula por dos sermones para llegar hasta Suri, marchando por la recta y bien nivelada calzada de adoquines. A lo largo de los poco más de dos kilómetros de calzada había hasta cinco tabernas y posadas, que se alzaban al borde del camino. Drill me comentó que no se detuvo en ninguno, no vio la necesidad, pero en todas vio carros o monturas atadas a la puerta.
La calzada terminaba en una especie de plaza que se abría para dar la bienvenida a los viajeros, en abanico. En un lado de la plaza (adoquinada en piedras de color blanco y con marquesinas en las que crecían enredaderas) había un establo gemelo al que había en el puerto, donde Drill dejó la mula y recibió un sermón de vuelta, por devolverla en el día. Suri era una ciudad amplia pero que se podía recorrer fácilmente a pie, así que mi antiguo yumón no necesitaba una montura para deambular por ella.
Al haber dejado “La gaviota dorada” muy temprano, Drill pudo aprovechar el día completo, recorriendo la ciudad, haciéndose una idea de cómo era. Era similar a Nori, aunque no tan elegante y suntuosa como aquélla. Suri tenía un montón de palacios y casas señoriales, desde luego, pero el único de verdadero lujo era el del marqués de Mahmugh. Los demás palacios y el resto de casas que se alzaban en la cuadrícula que era la ciudad (una cuadrícula perfecta, en la que las calles que van de norte a sur tienen nombre de peces y criaturas marinas y las que van de este a oeste de accidentes naturales) eran elegantes y de buena factura, pero no tenían comparación con el lujo del que se hacía gala en la capital.
Comió en un puesto callejero, en el que le sirvieron pescado asado en tiras con patatas fritas, comida sencilla que disfrutó mucho y me recomendó: en la siguiente misión que me llevó a las islas aproveché la ocasión para probarlo y es cierto que es un plato muy simple, pero también muy delicioso. Pasó las primeras horas de la tarde al fresco, en una plaza ochavada en la que había una fuente de agua fresca en la que jugaban una cuadrilla de niños, salpicándose entre ellos. Drill se divirtió al verlos, aunque recordó a Ryngo, que habría disfrutado mucho con los pequeños. Con el ánimo un poco apagado, por los recueros y la nostalgia, se dirigió al palacio del marqués, cerca ya de la última hora de la tarde.
El rey Vërhn le había dado un aval con el que presentarse ante el marqués y le había aconsejado que fuera a pedir audiencia a última hora de la tarde, porque el marqués le recibiría mucho más fácilmente a aquella hora y con mayor consideración. Por eso Drill había hecho tiempo y había ido al palacio a aquella hora del día.

lunes, 26 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VII (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- VII -
SEGUNDA AUDIENCIA CON EL REY

En esta ocasión el rey Vërhn recibió a Drill en una sala más adecuada para un encuentro protocolario, una sala de audiencias pequeña pero señorial. Estaba detrás de la sala del trono y el monarca la utilizaba para encuentros importantes pero no necesariamente multitudinarios: era donde se reunía con los invitados cuando quería tratar algo importante pero de una forma más discreta.
Drill fue acompañado por Gert Ilhmoras, que estuvo a su lado en todo momento, pero sin intervenir, como le había solicitado el rey. Drill agradeció de todas formas su presencia, pues le dio confianza: a falta de Ryngo, el viejo consejero era algo parecido a su mejor amigo en las islas Tharmeìon.
La sala era pequeña, con forma rectangular. Según los cálculos que hizo Drill a ojo, tendría unos doce metros de largo por cuatro de ancho. Las paredes, de mármol rojo (sin duda importado del continente, de las canteras de Rocconalia) estaban cubiertas de vetas blancas y refulgían como rubíes merced a las antorchas que se habían encendido en múltiples hacheros por todo el perímetro. En un extremo de la sala había una butaca elegante y grande, que estaba al nivel del suelo, sin tarima, como ocurría con el trono en su sala. Era la butaca del rey, pero frente a ella había al menos seis de igual elegancia, aunque más pequeñas. No había ninguna ocupada, así que Drill e Ilhmoras se sentaron en las dos centrales, frente al monarca. Había dos guardias armados a ambos lados de la sala, de espaldas a la pared, y uno de los copistas que comían con Drill estaba sentado en una silla cómoda de madera, algo apartado hacia un lado, para no interferir en la charla. Drill no estuvo muy convencido de que lo que fuesen a hablar quedara registrado.
- Buen día, señor mercenario.
- Buen día le dé Sherpú, majestad – respondió Drill y, al darse cuenta de donde estaba, añadió. – O que sea Dholôsan quien se lo dé.
El rey sonrió, cómodo y divertido, y aquello relajó mucho a mi antiguo yumón.
- Ante todo debo ofrecerle gratitud, digo bien – comentó el monarca. – Ha estado viviendo en palacio dos meses y no sólo no ha interferido en la vida de la corte sino que ha ayudado a muchos de mis súbditos. He recibido muchos comentarios positivos sobre usted.
- Ofrezco gratitud, majestad – Drill se tocó la barbilla repetidas veces con el dedo pulgar.
- Habéis ayudado a mucha gente, haciendo la vida en palacio más fácil. Mis hijos sólo hablan maravillas de vos, pues han disfrutado de algunas enseñanzas vuestras en esgrima. ¡El pequeño sólo quiere luchar contra vos! Y eso que su profesor lleva enseñándole siete años, y le adora.
Imagino a Drill colorado como un tomate en este punto.
- Mi mujer, la reina, también ha disfrutado de vuestros servicios y de vuestra compañía y me ha asegurado que, a pesar de vuestro aspecto, dispensad que lo diga, sois un guardaespaldas de confianza. Muchos podrían pensar que no sois un luchador, por vuestro tamaño y vuestra edad, pero al parecer sois diestro con la espada, hábil al detectar peligros e intimidante para alejar a los curiosos y peligrosos. Me sorprende, pero también me siento agradecido por ello.
Drill asintió, sin decir nada, con el pulgar de nuevo en la barbilla. Aquellos eran demasiados halagos y el tono del monólogo real empezaba a preocuparle. Venía un pero.
- Pero toda esta muestra de generosidad, de buen hacer, me hace dudar. Y preguntarme: ¿es todo real? ¿O es una simple fachada, dado que sabéis que pretendo discernir si sois hombre de confianza para revelaros un secreto importante de la corte?
- Es todo cierto – repuso Drill, extrañamente complacido al haber anticipado la oposición del rey. – Soy buena persona y mi palabra se cumple.
- Eso dicen todos a su alrededor, incluso los que os conocen solamente de unos pocos días – comentó el rey, pensativo. – Pero lo que realmente me sorprendió fue lo que ocurrió hace unos días en la recepción de los capitanes mercantes. ¿Por qué lo hicisteis?
- ¿Dispense su majestad? – Drill se mostró confundido, sin saber a qué se refería el rey.
- ¿Por qué intervinisteis cuando aquellos dos capitanes se enfrentaron de forma harto desagradable? – preguntó el rey. – No os incumbía y nada ganabais con ello.
Confundido, Drill parpadeó un poco, antes de contestar, reflexionando sobre ello.
- Bueno, no me gustó cómo pintaba la cosa – respondió, con un discurso un poco más coloquial. – No sabía quiénes eran aquellos dos hombres, ni si alguno tenía razón en aquel enfrentamiento, pero no me pareció una actitud adecuada para presentarse ante un rey, que además les había invitado a comer con él – Drill se encogió de hombros. – Imaginé que podía calmarlos, para que la comida discurriera con tranquilidad y comodidad, y por eso actué.
El rey Vërhn lo miró entrecerrando los ojos, llevándose la mano a la barbilla. Drill me contó que aquel examen fue el que más le costó aguantar.
- El capitán Denzton, que os ayudó en aquel momento, habló bien de usted – dijo el monarca, al cabo de un rato. – Viajó en su barco para llegar hasta mi reino y el capitán comentó que, aunque solitario y taciturno durante el viaje, pudo ver la grandeza que había en usted.
- No hice nada para que el capitán se formase aquella impresión de mí – Drill se encogió de hombros, humilde.
- Quizá no, pero hace años que conozco al capitán Denzton, y es uno de los hombres que mayor respeto me despiertan – reconoció el rey: curiosas palabras de un soberano hacia un simple capitán mercante de un barco insignificante. – Pocas veces se equivoca al juzgar a una persona y su opinión siempre es digna de valoración y respeto. Sus comentarios sobre usted me hicieron pensar....
Drill esperó, impaciente.
- Creo que sus actos en palacio han sido interesados, desde luego, como los de cualquiera en su situación, pero también han sido reales – juzgó el monarca. – Nadie puede fingir con tal grado de realidad el buen ambiente que usted crea a su alrededor ni las opiniones que esa gente comparte sobre usted. Mi esposa y mis hijos son gente muy crítica y no tienen dudas. Yo no debería tenerlas tampoco.
Drill contuvo una sonrisa, mientras miraba al rey, expectante.
- Señor Drill, espero no equivocarme en mi decisión, pero si necesita la llave que custodiamos en mi reino para su misión, una tarea nada maligna ni malévola, creo que podemos prestársela.
- Ofrezco gratitud, majestad. Mil veces – dijo Drill, aliviado, haciéndose un lío con el gesto de reverencia y el de agradecimiento.
- Ya le dije que la llave no la custodio yo, sino alguien de la corte. El custodio de la llave es Oras Klinton, el pintor oficial de la familia real.
Aquello sorprendió a Drill. Había visto muchas pinturas firmadas por Oras Klinton en los corredores y salas del palacio, pero nunca lo había visto por allí. Debía ser alguien muy importante para el rey si le había confiado la llave.
- Puedo decirle quién tiene la llave, pero ahora usted tiene que seguir ganándosela – le advirtió el rey. – Klinton está actualmente en el marquesado de Mahmugh, en la isla sur, pues el marqués me solicitó sus servicios para un cuadro familiar. Como monarca tiene mi permiso para ir hasta allí libremente y entrevistarse con Oras Klinton, siempre que no le moleste en su trabajo ni importune a la corte del marqués.
- Desde luego que no, majestad – aseguró.
- Ahora está en sus manos, y en las de Oras Klinton, que consiga la llave. Pero recuerde que se la cederemos en régimen de préstamo – advirtió el monarca alzando el dedo índice. – La llave pertenece al reino de Gaerluin y nos la cedió a mi familia como signo de buena voluntad y de reconciliación entre los reinos. Si consigue convencer a Oras Klinton para que se la dé, recuerde que sólo se la prestamos para cumplir su misión y que después la llave debe volver a nosotros. Si la pierde, la rompe o la usa para alguna obra vandálica tenga en cuenta que el oprobio caerá sobre mí y mi reino, por ser los guardianes oficiales de la llave, pero nuestro odio y nuestra venganza caerán sobre usted. Será declarado enemigo del reino de las islas Tharmeìon y pediremos ayuda a los otros ocho reinos para dar con usted.
Drill tragó saliva y asintió, sin saber qué decir. Ni poder hacerlo.
- No es una amenaza, señor Drill: es una advertencia – puntualizó el rey. – Usted se ha ganado mi confianza por ser alguien honesto y creo que yo debo honrarle con la misma actitud.
- Wen a eso – asintió Drill, pensando que era un dudoso honor el que el rey le dedicaba.

jueves, 22 de marzo de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VI (4ª parte)


LA LLAVE ES LA CLAVE
- VI -
GANÁNDOSE LA CONFIANZA DE UN REY

Durante el mes de abril y prácticamente el mes de mayo entero Drill estuvo viviendo en el palacio real del monarca de las islas Tharmeìon. No fueron días placenteros, pues cada momento era como un examen para él, sintiéndose observado, analizado. De su comportamiento dependía que el rey le confiara la persona que guardaba la llave de la tumba de Rinúir-Deth. Por eso medía cada paso, cada palabra, cada acción.
Pero aunque Drill me dijo que se sintió tenso la mayor parte del tiempo, tampoco puede quejarse del todo. Había muchas ventajas en estar viviendo en el palacio de un rey.
Para empezar, no tenía gastos. Todo lo que comía, bebía o usaba era cortesía de la corona. No tenía que pagar alojamiento y su habitación había mejorado considerablemente (aunque la de la posada de Telly fuera muy decente y acogedora). Dormía en una habitación individual, en una cama con dosel y colchón muy cómodo y blando.
Un nuevo vestuario fue puesto a su disposición: pantalones y calzas de buenos tejidos y de colores brillantes, camisas de seda, chalecos de terciopelo y jubones del mismo material, con botones dorados. Botas de cuero nuevo, con hebillas plateadas y hasta una colección de sombreros de fieltro con plumas de colores, que mi antiguo yumón se negó a llevar. Sin embargo puedo imaginármelo muy guapo y elegante, con las nobles ropas de la corte.
Comía en un comedor común, con otras personas de la corte. Había dos juglares y un malabarista llamado Vherên, dos copistas y un escultor, tres damas de compañía de la reina y un profesor de esgrima de la princesa y el príncipe. Las comidas eran buenas y abundantes, pero alguna vez salió del palacio para comer en la posada de Telly, sin más motivo que volver a ver a la atractiva posadera, disfrutar de la comida casera que servía y charlar con ella: Drill había hecho buena amistad con ella, en los dos días que estuvo alojado allí.
Toda la gente que conoció en el palacio tenía su oficio y sus tareas: la gente con la que comía y los criados con los que se cruzaba por todas partes, todos tenían sus quehaceres. Pero Drill no. Drill sólo estaba allí para ganarse la confianza del rey.
Así que empezó a ayudar a los miembros de la corte: mi antiguo yumón no era una de esas personas que no sabían descansar, que necesitasen estar todo el tiempo haciendo algo, trabajando u ocupados con diferentes labores. Podía haber estado disfrutando de su vida en el palacio sin problemas, salvo que debía hacer algo para que el rey confiase en él y que no podía soportar ver a la gente trabajar sin que él hiciera nada de provecho.
Por eso empezó a echar una mano allí donde veía que podía ayudar: estuvo un par de días ayudando a los tintoreros reales, pues el rey había decidido que no quería más ropajes rojizos y mandó teñirlos todos de marrón; ayudó también al maestro de esgrima alguna tarde y pronto el príncipe pidió terminar sus clases enfrentándose al mercenario que había ahora en palacio; hecho una mano durante una semana al escultor y diferentes criados, que tuvieron que trasladar todas las estatuas y bustos de una sala hasta otra al otro lado del palacio, porque el rey quería montar una sala de trofeos en la de exposiciones; hizo amistad con los dos guardaespaldas de la reina y los acompañó en algunas salidas de ésta a la ciudad, incluso relevándolos cuando uno estuvo enfermo o cuando el otro tuvo que encargarse de un problema familiar; animó algunas cenas en las que el rey tuvo invitados nobles e ilustres, recitando poemas de Ülsher y cantando canciones de mercenarios (quiero creer que las menos picantes y más suaves, sin tacos ni expresiones malsonantes)....
Puedo imaginarme a Drill siendo todo amabilidad (eso no le costaría, no sería una fachada, mi antiguo yumón era así siempre), ayudando cada día donde veía que era más útil, siempre a gente que podría hablar bien de él ante el rey (aunque aquél no sería el primer requisito para ayudar a uno o a otro, estoy segura), consiguiendo caerle bien a todo el mundo, incluso ganándose alguna que otra amistad (ya les he dicho anteriormente que aquélla era una de las mejores virtudes de mi antiguo yumón, sabía cómo caer bien) y sintiéndose mejor por hacer todo aquello.
Pero lo que de verdad convenció al rey Vërhn (que probablemente ya estuviese admirado por el comportamiento de Drill) fue lo que pasó durante la recepción de los capitanes de la fraternidad de marineros y mercantes.
En torno al veinte de mayo (Drill no estaba seguro de la fecha) el rey organizó una recepción para los principales capitanes de la fraternidad de marineros y mercantes, una agrupación de marinos que trabajaban honradamente para la corona, transportando mercancías, mercadeando con ellas por orden real y trayendo de vuelta los beneficios de las ventas hasta Nori. Los miembros de la fraternidad podían realizar sus propios negocios, pero siempre tenían que estar dispuestos y disponibles si la corona solicitaba sus barcos y sus servicios.
Con la llegada del buen tiempo (la Temporada Húmeda había hecho honor a su nombre aquel año en las islas Tharmeìon, sin que dejara de llover un solo día) el rey convocó a los principales capitanes, para agasajarlos con una comida en  palacio, hacer balance de la temporada y plantear la nueva. Todo muy protocolario y poco parecido a una reunión de negocios.
Sin embargo, aquel año se produjo un problema, que ni el rey ni sus consejeros pudieron prever: uno de los capitanes, el del galeón “Amanecer rojo”, uno de los barcos más importantes de la fraternidad, había muerto en la última travesía, debido a las lluvias y los temporales en el mar. El nuevo capitán del “Amanecer rojo”, el que había sido contramaestre hasta ese momento, tenía cuentas pendientes con otro de los capitanes, cuentas y discrepancias que no habían salido a la luz mientras había sido otro el capitán del “Amanecer rojo”. Pero ahora, con el nuevo capitán sentado a la mesa con los demás, las tiranteces estaban sobre la mesa.
Casi se produjo un incidente desagradable antes de comenzar la comida, cuando todos los capitanes estaban ya a la mesa y esperaban al rey. El nuevo capitán del “Amanecer rojo” y el capitán con el que tenía enemistad, el del “Caballo de espuma”, estaban sentados uno al lado del otro y los insultos y malos modos surgieron al instante. Por suerte, Drill estaba allí, con los demás consejeros.
Mi antiguo yumón medió en la disputa y, ayudándose de que el capitán Lorens Denzton también formaba parte de la fraternidad y estaba allí, consiguió detener la trifulca. Habló con los dos capitanes enfrentados, acompañado por el capitán Denzton, y gracias a éste pudo haber un cambio de sitios en la mesa y la tranquilidad volvió a la comida.
El rey no vio el enfrentamiento y sólo tuvo que sufrir los comentarios hirientes de los capitanes durante la charla posterior a la comida. Pero se enteró de todo después, cuando consultó a sus consejeros, una vez que la reunión había terminado y todos los capitanes se habían marchado ya.
Debió de sentirse muy impresionado por lo que sus consejeros le contaron (estoy segura de que Gert Ilhmoras se esforzó por dejar bien clara la intervención de Drill) y agradecido por la actuación oportuna del mercenario.
Cuatro días después mandó llamar a Bittor Drill.