miércoles, 21 de febrero de 2018

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo XX (3ª parte)



PALABRAS MÁGICAS
- XX -
MONEDAS

Pasaron cuatro días en la jaula. Cuatro días en los que comieron lo que Solna les hacía llegar con una cuerda que ataba a un cesto, en el que les enviaba gachas de avena, nueces y bellotas y algunas hortalizas frescas. Drill imaginaba que la hechicera tenía un huerto, por allí cerca.
Cuatro días en los que tuvieron que hacer sus necesidades en un cubo, que hacían descender con la misma cuerda cuando ya estaba lleno y que Drill creía que Solna utilizaba como abono para su huerto.
A pesar de aquella situación tan denigrante y de lo desalmada que parecía Solna (que no les dirigía la palabra en ninguna ocasión, ni cuando les mandaba el cesto con comida, ni cuando recogía el cubo de desperdicios, ni cuando Drill trataba de entablar conversación con ella), les hizo llegar la primera noche las dos mantas gruesas en los que les había encontrado arropados la noche que los atacó. De esa manera, al menos, pasaban calientes las noches, aunque no durmiesen mucho ninguno de los dos.
Ryngo estaba encerrado en otra jaula, más pequeña, colocada en el suelo, al pie de un árbol. La hechicera cuidaba al zorrillo con mucho cuidado, como pudo ver Drill. Le alimentaba y le limpiaba, aunque alguna vez le cortaba algún mechón de pelo rojizo, que observaba con detenimiento y se llevaba con ella, guardándolo dentro de la cabaña.
Cuatro días así, prisioneros de una hechicera que no tenía ningún interés en ellos.
Pero al quinto día, hubo algo que cambió la rutina.
A media mañana, mientras Solna pelaba un conejo que había cazado con arco (los dos mercenarios la habían visto practicar con él y su destreza era impresionante), guardando el hígado y los riñones para sólo ella sabía qué magias oscuras, escucharon pisadas que hacían crujir la tamuja y las hojas secas del suelo del bosque. Drill y Cort lo escucharon cuando estaban cerca, dada su eficacia como mercenarios, pero Solna lo escuchó un poco después, cuando estaban más cerca, aunque todavía no se podía ver a quien se acercaba.
- ¿Quién anda ahí? – dijo Solna, dejando el conejo pero sin soltar el cuchillo.
- ¡Solna! ¡Soy Gurcko! – escucharon una voz de hombre. – ¡Supongo que no has olvidado nuestro acuerdo!
- ¡No lo he olvidado, pero has llegado antes de tiempo! – dijo Solna, hablando hacia el bosque. – ¡Ven donde pueda verte!
Se escucharon nuevos pasos sobre el suelo crujiente del bosque y al poco un individuo apareció entre los árboles, llegando a la zona en la que Solna había establecido su refugio, mucho más despejada que los alrededores. Era un hombre de la edad de Riddle Cort, corpulento pero proporcionado, de buena planta, bucles castaños en la cabeza y armadura ligera de cuero cubriéndole el cuerpo. Podía parecer un soldado, pero Drill le caló al instante: era un bravucón, un ladrón, un delincuente con buena apariencia. A los dos dentro de la jaula no les gustaron los tratos que aquel tipejo podía tener con Solna.
- Llegas pronto – replicó la hechicera, con voz dura.
- Calculé el camino para llegar en la fecha prevista, pero he tardado menos de lo que esperaba – dijo el tal Gurcko, con una sonrisa seductora y superior, deteniéndose a unos pasos de la hechicera. Llevaba unos guantes de cuero, que se quitó despacio y dejó sobre la mesa de trabajo. – El tiempo ha sido muy benévolo y he podido venir directo, sin hacer paradas.
Solna tenía una mueca arrugada en los labios, y aquello a Drill le gustó: quizá la hechicera tuviera tratos con aquel delincuente, pero no se fiaba del todo de él. Mi antiguo yumón pensó rápido, con agilidad, como era su costumbre cuando estaba atento: quizá pudiesen sacar algo de provecho de aquella desconfianza.
- ¿Has traído lo que te pedí? – preguntó Solna, sin dejarse engatusar por las palabras, los gestos y la mirada del guapo fanfarrón.
- Sí, siempre y cuando tú tengas preparado el filtro que te encargué – dijo el bandido, sin dejar de sonreír, pero su voz no sonreía: era peligrosa.
Solna asintió, sin dejarse amedrentar. Drill estaba seguro de que ella también era peligrosa.
- Espera un momento.... – la mujer se dirigió a la cabaña, entrando en ella a por el encargo de Gurcko. Drill y Cort se dieron cuenta de que se había llevado el cuchillo con ella, precavida. El bandido miró alrededor, esfumándose su sonrisa de la cara, peligroso. Cuando vio la jaula en lo alto volvió a sonreír, haciendo un gesto burlón.
- Señores prisioneros.... – saludó, con una reverencia cargada de guasa.
- Pendejo.... – musitó Cort.
- ¿Le conoces? – preguntó Drill. Cort negó con la cabeza.
- He oído hablar de un tal Gurcko, que trapichea en los alrededores de Tumux, pero no le conozco personalmente – explicó. – Éste cretino encaja bastante bien con la descripción que me han hecho de él.
- ¿Es peligroso? – preguntó Drill, todavía dándole vueltas a la posibilidad de aprovechar la situación, aunque no sabía cómo.
- Bastante. Todo lo que tiene de soberbio, lo tiene de chulo, de peligroso y de estúpido. Pero no es tonto....
Drill asintió.
El bravucón se había dado la vuelta, dándoles la espalda, sin interesarse por ellos. Solna salió en ese momento de la casa, con un paquetito como un puño de grande, de tela, atado con un cordel.
- Aquí tienes.
- ¿Éste es el filtro? – Gurcko sonaba desconfiado y confundido.
- Es el soluto para un filtro – explicó la hechicera. – Dilúyelo en agua o en el líquido que prefieras y luego bébetelo.
- Está bien – el bandido se guardó el paquetito en el interior de la armadura, en el pecho.
- ¿Y mi oro? – pidió la hechicera, un poco tensa.
Gurcko sonrió con superioridad, disfrutando del momento de indefensión y nervios de Solna. Después se descolgó una bolsa del cinturón, de la espalda, y sacó de allí cinco monedas de salmodia, doradas y brillantes. Las puso en la mesa, cerró la bolsa (que todavía tintineaba) y se la colgó de la cintura. Solna agarró las monedas al instante y las sopesó en las manos. Parecía conforme.
- ¿Todo bien? – preguntó Gurcko.
- ¿Es oro puro? Ya sabes que te pedí oro puro: es lo que necesito....
- Lo es, por mi honor que lo es – juró el bandido, levantando la mano derecha.
- Ese tipejo no tiene ningún honor.... – masculló Cort, insinuando que el bravucón podía estar engañando a la hechicera.
Y entonces Drill tuvo la intuición. Podía estar equivocado, pero si miraba las monedas, se fiaba de su propio instinto sobre Gurcko, del instinto y las sospechas de Cort y del aspecto y las muecas de inconformidad de la hechicera, se convencía de que estaba en lo cierto.
- ¡¡Ese hombre la engaña, hechicera!! – dijo, sin pensárselo más: si lo daba más vueltas dudaría, y entonces quizá su oportunidad se les escapase. – ¡No es oro!
- ¡Cállate! – le dijo Cort, en susurros, agarrándole del brazo. – ¿Quieres que nos maten, Bittor?
- Espera, tengo una idea. Puede que salga bien – contestó Drill, sabiendo que se la estaba jugando, por una simple corazonada. Aquellas salmodias le recordaban mucho a una que llevaba en su mochila.
- ¡¡¿Qué dices, piojoso?!! – Gurcko se violentó muchísimo, alzando su puño hacia la jaula. Casi parecía realmente insultado y Drill dudó por un momento de que se hubiese equivocado y el hombre no tuviese intenciones ocultas, pero después decidió hacer caso a su instinto y a su corazonada. – ¿Cómo te atreves a insultar a un hombre de negocios como yo desde una prisión tan lamentable como en la que estás?
- ¿Piojoso? – rio Cort, al lado de Drill, contagiándole la sonrisa, haciendo que Gurcko se enfureciera aún más.
- Tranquilízate, Gurcko, sólo son dos prisioneros demasiado tontos para tratar de entrar en mi refugio sin mi consentimiento – dijo Solna, mirando con una mirada inteligente a los dos mercenarios. – Además, tus negocios son cuestionables y yo no utilizaría esos negocios para hacerme pasar por alguien honorable....
El delincuente desvió su mirada furibunda de los prisioneros a su anfitriona, calmándose poco a poco, reconociendo la ironía en sus palabras.
- Tienes razón, Solna, pero comprenderás que me haya exaltado ante tamaña mentira....
- ¡No es mentira! – siguió Drill. – Esas salmodias son nuevas, no son de oro. Son de acero con un baño de cobre y.... zinc, ése era. Después se calientan en seco y el cobre y el zinc se amalgaman dando latón, de color dorado. Lo que ahí ve, hechicera, es latón, no oro.
- ¡¡¿Cómo te atreves?!!
- Espera un momento, Gurcko – Solna escuchaba y miraba con mucha intención a Drill. – ¿Cómo sabes tú eso? ¿Puedes probarlo, acaso?
- Sí, señora. ¡Perdón!, hechicera. En mi mochila encontrará una moneda igual, en uno de los bolsillos laterales, entre los calcetines de lana. Es una salmodia como las que tenéis ahí encima de la mesa.
Solna lo miró un instante más, pensativa, pero luego fue hasta la mochila y sacó la moneda. Era igual.
- ¿No estarás inventándote una sarta de mentiras sólo para tratar de librarte de mi prisión? – le dijo a Drill mientras volvía a la mesa.
- ¡¡Pues claro que es eso!! – chilló Gurcko, cada vez más molesto y enfadado. – ¡¡Estas monedas son legales!! ¡¡Son de oro!!
- No os miento, hechicera, digo wen – aseguró Drill, muy serio. – Podéis rascar mi moneda o rayarla para que veáis el interior: será de acero y lo dorado de fuera es latón. No hace falta que estropeéis las vuestras....
Solna aun dudó un poco, mirando alternativamente a Drill y a Gurcko. El bravucón ya no parecía seguro de sí mismo e intentaba convencer a la mujer con palabras dubitativas y frases poco convincentes. Solna cogió su cuchillo de nuevo, rascó la moneda de Drill y levantó la pátina dorada de fuera. Cogió las pequeñas virutas y las puso en la mesa, mojándolas con una gota de jugo de remolacha. Desde la jaula ni Drill ni Cort pudieron ver qué pasaba con el latón, pero imaginaron que la hechicera estaba haciendo una prueba alquímica para comprobar que era el metal que Drill había dicho. Debió de convencerse, porque después rascó una de las monedas que Gurcko le había dado como pago y repitió el proceso con el jugo de remolacha.
- Así que eran de oro, ¿no? – se volvió a Gurcko, empuñando el cuchillo. El maleante ya no parecía ni soberbio ni elegante ni seguro de sí mismo. Retrocedía con las palmas por delante. – Has querido engañarme, pagándome con algo que es inútil para mí. Te doy una oportunidad para que me devuelvas el paquete que te he dado y abandones el bosque de Haan a toda prisa, o si no serás presa de mis conjuros y te convertiré en una alimaña babosa y lamentable que viva bajo tierra el resto de su corta y miserable vida.
Solna parecía más grande y más oscura durante su amenaza y Gurcko no se molestó en decir nada ni lo dudó un instante: se sacó el paquetito de dentro del pectoral de cuero, se dio la vuelta y se fue de allí a paso vivo, casi trotando, olvidando en la mesa las monedas de curso legal, pero que no tenían valor para Solna.
- ¡Bien hecho, Bittor! – le felicitó Cort, agarrándole por los hombros y sacudiéndole amigablemente.
Solna miró hacia lo alto, sorprendida y aliviada.
- Ofrezco gratitud y deseo prosperidad, señor mercenario – dijo, con respeto. Drill asintió, sin asomo de soberbia. Cort apareció a su lado, agarrándose a los barrotes, haciendo que la jaula se inclinara otro poco más hacia ese lado, con un gruñido de la soga que la mantenía colgada.
- Poca prosperidad nos espera aquí dentro – dijo, con su habitual guasa. – ¿No podrías hacer algo al respecto?
Solna lo miró seria, para acabar sonriendo al final. Era la primera sonrisa sincera que mi antiguo yumón la vería esbozar.
No sería la última, tampoco.

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