martes, 14 de noviembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo IX (2ª parte)



UNA ESPADA LEGENDARIA
- IX -
CAJAS DE SEGURIDAD

Arrash era un país pequeño, más o menos del mismo tamaño que Ülsher. Era un reino pacífico, dedicado a la banca y a la protección de objetos y riquezas del resto de reinos. Arrash era pequeño y estaba encajonado entre las montañas de la Sierra Lishen y los acantilados de la costa. Era un país difícil de atacar y sencillo de defender. Además, siempre se había mantenido neutral (excepto en la Guerra de los Nueve Reinos) y ahora guardaba riquezas, tesoros y secretos de mucha gente de los otros ocho reinos: a ninguno le interesaba que lo que había guardado en los bancos y las cajas de seguridad de Fixe (la capital de Arrash) cayese en otras manos que no fuesen las propietarias de aquellos tesoros y secretos. Había un acuerdo tácito entre todos los soberanos para que Arrash siguiese siendo un territorio neutral y pacífico.
Drill tenía abierta en Fixe una cuenta, como la mayoría de los mercenarios: era la única manera segura de ahorrar el dinero necesario para pagar el tributo a la academia cada mes de febrero. Además también tenía contratada una caja de seguridad, donde pensaba guardar a Lomheridan.
Mi antiguo yumón buscó una pequeña pensión en la capital para pasar aquella noche, y reservó una pequeña habitación. Después dejó su equipaje en el armario y salió a la calle con Lomheridan en sus manos. La espada estaba envuelta en trapos, para que nadie la reconociese.
La espada le quemaba en las manos. Notaba todos los ojos puestos sobre él, imaginaba que todo el mundo en Fixe reconocía el objeto que llevaba con él y eso le ponía más nervioso. Tenía que deshacerse de la espada ya mismo.
Llegó al banco “Gran Azul” de Fixe, donde tenía su cuenta de ahorro y su caja de seguridad. Las cuentas de ahorro de Arrash funcionaban de la siguiente manera: la gente podía guardar allí sus ahorros, sin pagar nada. Sin embargo, el banco usaba todos los activos que tenía para hacer préstamos e invertir en actividades de poco riesgo. De esta manera, el banco obtenía beneficios (con las ganancias o con los intereses de los préstamos) y también los clientes, que al fin y al cabo eran los que exponían sus ahorros. Las cajas de seguridad tenían un alquiler, que se pagaba al año al banco. El contenido de las cajas nunca se tocaba, salvo cuando el dueño lo ordenaba o permitía. Había muchas cajas de seguridad cerradas, sin poder abrirse, porque sus dueños habían muerto y no habían dejado claro en su testamento qué hacer con sus posesiones guardadas en ellas. La ley de Arrash dictaminaba que debían pasar cincuenta años antes de poder abrir la caja de seguridad de una persona que había muerto.
- Bienvenido, señor. ¿En qué puedo ayudarle? – le dijo una mujer joven, que atendía uno de los mostradores de piedra del banco.
- Vengo a abrir mi caja de seguridad – dijo Drill, manteniendo la espada bajo el mostrador.
- ¿Va a hacer un ingreso o una sustracción?
- Ingresar un nuevo artículo.
- Muy bien – dijo la joven, mirando por encima de Drill, buscando algún técnico libre. – Mire, la señora Joffa está libre. Ella es técnico en cajas de seguridad: es aquella mujer de allí.
- Ofrezco gratitud – dijo Drill, dándose la vuelta y yendo al encuentro de la señora Joffa, que estaba sentada a una mesa llena de papeles, con plumas de tinta por doquier. Un ábaco y un tintero completaban la mesa.
- ¿En qué puedo ayudarle? – le dijo, amablemente.
- Verá, tengo una caja de seguridad en este banco y quiero hacer un ingreso – explicó Drill, mientras le tendía a la mujer su placa de identificación.
- Ya veo.... Es usted mercenario – dijo, cambiando su mirada de la placa a la cara de Drill, sonriendo, admirada. Drill compuso su sonrisa tímida e infantil.
- Sí.
- Espere un momento.... – la señora Joffa se levantó de la silla y se acercó a unos archivadores que había en la parte trasera del banco, ocupando toda una larga pared. Un montón de fichas de madera estaban allí guardadas, por orden alfabético: eran las fichas de los clientes del banco. La señora Joffa buscó en las baldas de la letra D hasta que encontró la que buscaba y volvió a su mesa. – Veo que su caja de seguridad es de nivel 3, señor Drill. ¿Quién es su técnico especializado?
- La señorita Guada – dijo Drill.
- Espere allí, si es tan amable – dijo la señora Joffa, señalando una zona de sofás. – Iré a buscarla.
- Gratitud y prosperidad.
La señora Joffa se metió por una puerta que llevaba
hasta la zona de los despachos y los pasillos del interior del banco, donde estaba la zona de administración. Mi antiguo yumón mientras tanto se sentó en un sillón a esperar a la señorita Guada.
A los pocos minutos llegó una mujer joven, de unos veinticinco años, con el pelo castaño recogido en una coleta. Era un poco más bajita que Drill y muy delgada. Sus ojos eran saltones y azules y su cara era pálida y redonda. Sonreía al mercenario mientras se acercaba a él.
- Buenos días, señor Drill – dijo, amable, tendiéndole la mano. Los dos se dieron la muñeca. – Hacía mucho tiempo que no le veíamos por aquí.
- Hacía tiempo que no tenía nada valioso que guardar.... – dijo Drill, amable.
- Pero al parecer ahora tiene algo – dijo Guada, señalando la espada envuelta en trapos.
- Sí.
- Acompáñeme, por favor. Vamos a su caja de seguridad.
La señorita Guada caminó hacia una puerta, situada a diez metros de la puerta de la zona de administración, en la misma pared. Drill la siguió, caminando los dos por un pasillo largo forrado de mármol. Sus pasos resonaban con eco en la vacía estancia.
- ¿Y cómo le van las cosas, señor Drill? ¿Envuelto en alguna nueva misión? – se interesó la señorita Guada.
- Efectivamente – contestó Drill, sin comprometerse mucho. – Por eso tengo que guardar este artículo, hasta que lo necesite dentro de un tiempo.
- Sabe que aquí estará seguro....
- Lo sé.
Los dos cruzaron el pasillo y entraron por una puerta amplia de doble hoja, después de haber dejado varias puertas a la izquierda, sin preocuparse por ellas. En esas salas estaban las cajas de seguridad de nivel 1 (para objetos pequeños) y las de nivel 2 (objetos de mayor importancia). Las cajas de seguridad de nivel 3 eran más grandes y más caras: estaban mejor protegidas.
Allí fue donde los dos entraron, en la sala de las cajas de seguridad de nivel 3. Era una sala amplia, de mármol grisáceo. Salvo la pared de la puerta, toda la sala estaba forrada de puertas de mármol con una cerradura de bronce. Las cajas de seguridad (y sus puertas) eran de diversos tamaños: había puertas de un palmo de largo y unas pocas pulgadas de alto, puertas tan altas como un hombre y de medio metro de ancho, puertas cuadradas de un par de metros de lado.... La caja de Drill, la 019, medía unos cuarenta centímetros de ancho y unos veinte de alto. La señorita Guada la abrió y se alejó, dejando que Drill se acercara: los técnicos no podían mirar lo que había dentro de las cajas de los clientes. Drill abrió la puerta, que giró sobre las bisagras de bronce y sacó un largo cajón de metal que había en su interior (de un par de metros de largo). Dentro de la caja había un saco de cuero pequeño con un puñado de monedas, una espada corta dentro de una vaina elegante y ostentosa y varias piezas de cristal de artesanía, envueltas en papel de estraza, para protegerlas. Drill, con mucho cuidado, metió a Lomheridan dentro del cajón de metal de su caja de seguridad. Mi viejo yumón suspiró, aliviado. Sentía que se había quitado un peso terrible de los hombros.
Entonces cayó en la cuenta de la otra espada que estaba dentro del cajón, al lado de Lomheridan. Había sido un regalo de hacía muchos años, un regalo de un cliente agradecido. Drill siempre había pensado que era una espada demasiado ostentosa para él, así que la había guardado en su caja de seguridad. Era una espada corta, de la misma longitud que la sencilla espada que siempre llevaba con él. La hoja era brillante y afilada, de unos cuarenta centímetros. La empuñadura era de buen acero templado, con la cruz ligeramente curvada hacia la hoja. Tenía dos agujeros anchos, en los que se podía introducir un dedo, para hacer girar la espada sobre él y hacer peligrosos molinetes. En el centro de la empuñadura, en la base de la hoja, en ambos lados, había una pieza de oro con el emblema de la Hermandad de los Mercenarios.
La vaina era también de acero y oro. La boca de la vaina era de acero, con grabados y adornos de oro incrustados, igual que el final de la vaina. Entre medias, unida al acero, había una pieza de oro de un palmo, adornada con molduras y con trozos abiertos, por los que se podía ver la hoja cuando la espada estaba guardada. Era un arma muy aparatosa, pero era buena: buen acero, buen filo, equilibrada y útil. A Drill se le ocurrió en ese momento que era la ocasión de utilizarla. En aquella misión que no era suya, en aquella misión estúpida e inútil.... en aquella misión que iba a ser su última misión (acabase bien o acabase mal).
Cogió la espada elegante y dejó la sencilla, con la vaina y todo, vigilando por encima del hombro que la señorita Guada no se diera cuenta. Empujó luego el cajón hasta el fondo y volvió a cerrar la puerta.
- Ya está – dijo, dirigiéndose a la señorita Guada. Ésta se volvió, pues estaba de espaldas, y se acercó a la caja 019, para cerrarla con llave.
- Muy bien – sonrió la mujer. – Ya sabe que su artículo estará a salvo en nuestra caja de seguridad, durante el tiempo que quiera disponer de sus servicios. Nadie la abrirá, ni observará lo que hay en su interior, ni tocará ninguno de los artículos. Sabe que sólo usted puede hacer eso. No olvide que antes de salir del banco tiene que rellenar los formularios de ingreso de artículos y actualizar la lista de objetos de su caja de seguridad, que como bien sabe es confidencial, pero el cuerpo de alguaciles de Arrash obliga a llevar al día. ¿Desea algo más?
- ¿Sabe dónde puedo comprar un pasaje para alguna diligencia que salga del reino? ¿Hacia Darisedenalia, si es posible?
- Aquí en Fixe no podrá hacerlo – respondió la señorita Guada. – Desde Fixe salen bastantes diligencias hacia ciudades y aldeas de todo el reino, pero ninguna va al extranjero. Puede viajar a Totsetum, una ciudad del sur, pasando el río Tempu. Allí podrá conseguir un pasaje para salir por el sur de la Sierra Lishen hacia Darisedenalia. Y hasta más allá, según creo, pero no estoy segura.
- Gratitud y prosperidad, señorita Guada. Como siempre ha sido un placer – dijo Drill, llevándose el pulgar a la barbilla, tocándola ligeramente y separando luego el puño hacia adelante.
- Que Sherpú le acompañe – se despidió la joven.
Drill salió del banco más tranquilo. Al menos se había deshecho del objeto del robo y ya no lo llevaba con él. Nadie le había visto robarlo en Velsoka ni había dejado pistas (al menos eso creía), así que podía viajar seguro por Ilhabwer ahora que no llevaba la espada a cuestas todo el rato. Podría buscar el conjuro y la llave de la tumba de Rinúir-Deth sin miedo a que alguien lo relacionase con el robo de la espada.
Mi antiguo yumón se dirigió a su pensión y pasó el resto del día allí, descansando y durmiendo. Toda la tensión que había llevado encima durante su huida desde Velsoka se había esfumado, ahora que Lomheridan estaba a salvo y escondida, así que su cuerpo sólo le pedía dormir y relajarse.
Y fue lo que hizo.


Al día siguiente mi viejo yumón pagó su pensión y compró un pasaje a Totsetum, para viajar en diligencia. El viaje fue lento y largo: tardaron cinco días en llegar a la cercana ciudad del sur, pero es que la diligencia paraba en multitud de pueblos y visitaba numerosas aldeas. A Drill no le importó: tenía tiempo de sobra para perderlo.
Al fin, el veinte de septiembre, Drill llegó a Totsetum, una gran ciudad, llena también de bancos. Tenía mucha animación y estaba llena de gente. Drill se sintió a gusto, perdido entre la multitud.
Preguntó por diligencias que saliesen del país y compró un pasaje en una que salía al cabo de siete días hacia Yutem. Después seguía su camino hacia Darisedenalia, cruzando todo el país hasta Lendaxter, en la costa.
Drill decidió que no tenía prisa y que podía esperar.

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