domingo, 12 de noviembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VIII (2ª parte)



UNA ESPADA LEGENDARIA
- VIII -
HUIDA PERSEGUIDA

Cuando Norrington salió de Velsoka el treinta de sexembre, Drill ya estaba en camino hacia el Bosque Espeso.
Había viajado la noche del robo en dirección hacia Ghuell, por el camino real. Con el nuevo día se detuvo y se escondió en una pequeña arboleda que había a la izquierda del camino, a unos cincuenta kilómetros de Velsoka. Pasó allí la mañana, durmiendo, para volver a ponerse en camino por la tarde.
Cada día se alejaba un poco más del lugar del crimen, sin sentirse del todo seguro. Había hecho lo que debía hacer para cumplir su misión, pero eso no lo tranquilizaba. La realidad era que había cometido un robo, había robado una reliquia de un gran héroe de guerra, un objeto venerado por la mayoría de los habitantes del continente. La esperanza de devolverlo al final de su misión no le hacía sentirse mejor.
Dormía al raso, escondiéndose entre la maleza siempre que podía. Otras veces dormía entre los árboles que crecían cerca del camino y en una ocasión, pasado ya Ghuell, pasó la noche en el granero de una granja que había a la entrada de Dert, una aldea grande a quince kilómetros de Ghuell. Los dueños de la granja le dieron de cenar y le trataron como un huésped.
El tres de septiembre, con el Verano instalado con toda su fuerza en Rocconalia, Drill decidió hacer un alto en su huida, aprovechando que había llegado al Bosque Espeso. Entró en el bosque, tirando del ronzal del caballo y se refugió a un centenar de metros de la linde de los árboles.
Pasó allí dos días, dejando descansar a su montura y disfrutando del frescor de los árboles y la hierba, tan de agradecer en el calor estival.
Drill sopesó sus opciones. Había valorado esconder la espada en el Bosque Espeso, en alguna de las cuevas que conocía en el centro del bosque. Sin embargo le había dado miedo que algún animal encontrase la espada y la estropease, o que algún viajero perdido la encontrase al refugiarse en la cueva y se la llevase después. Sin contar con los habitantes del bosque, la tribu de los Námàs, que conocían las cuevas y realizaban ceremonias en ellas: ellos también podían encontrar la espada y quedársela.
O peor, devolverla al museo.
Tenía que buscar otro sitio donde guardarla. Por ejemplo, la granja de su amigo Tterry.
Tterry Lomas era el mercenario amigo suyo que se había retirado el año anterior. Era el que había levantado y cuidado una granja cerca de mi pueblo, en el norte de Ülsher. Era donde Drill quería pasar sus últimos años, después de retirarse.
Pero no podía esconder la espada allí. Era demasiado peligroso para Tterry y para la granja. Drill no quería meter a su amigo en problemas, y es lo que podía acarrearle el tener escondido en sus terrenos el producto de un robo.
Sólo le quedaba una opción.
Tendría que esconder a Lomheridan en su caja de seguridad de Fixe, en Arrash. Era un sitio seguro, de donde nadie más que él podía sacar la espada. Pero aquella acción dejaba un rastro de papel, una serie de formularios en los que se registraba que su caja de seguridad contenía (aparte de sus ahorros y unas piezas de cristal de artesanía) la célebre espada de Rinúir-Deth. Confiaba en la seguridad y la discreción del banco de Arrash, pero un investigador hábil podía conseguir acceso a los archivos del banco y descubrir que él escondía la espada.
Drill suspiró, desesperado. No le quedaba otra opción mejor (en realidad sabía que la caja de seguridad era la mejor opción) así que decidió no darle más vueltas.
Se tumbó sobre un lecho de mullida hierba y se tapó con la manta hasta la cintura. Colocó las manos bajo la nuca y disfrutó del frescor y los sonidos del bosque, con tranquilidad.


- Era él, sin duda – contestó el hombre, asintiendo con fuerza. Norrington sonrió, contento.
El mercenario se había detenido a preguntar en el pueblo de Dert, en la granja que había antes de entrar en el pueblo. Llevaba siguiendo las huellas del caballo del hombre del parche desde Velsoka. Tenía suerte, pues el hombre no había abandonado el camino que unía la capital con Ghuell y después de cruzar esta ciudad había seguido  por el mismo camino. Tan sólo se desviaba para entrar en alguna arboleda o bosquecillo (Norrington imaginaba que para pasar la noche) pero luego el rastro volvía al camino.
- ¿Está seguro?
- Totalmente seguro. Pasó la noche con nosotros. Era un hombre muy educado, aunque yo no lo describiría como un anciano. Era un hombre mayor, de pelo gris y con un parche en el ojo. En el ojo izquierdo – dijo el granjero con seguridad.
- No tiene ninguna duda....
- No señor. Siempre me he fijado en esos detalles, desde pequeño: quién es diestro o zurdo, en qué dedo lleva una dama el anillo de compromiso, en qué antebrazo lleva un soldado el tatuaje.... y este hombre llevaba el parche en el ojo izquierdo.
- Bien. Gratitud y prosperidad, señor – dijo Norrington, terriblemente contento.
- Ofrezco y deseo igual. Que Sherpú le guarde.
Norrington volvió a montar en su caballo y salió de allí al galope. Seguía sobre la pista del posible ladrón de la espada.


Cuatro días después, la mañana del nueve de septiembre, Drill llegaba a Hujila, una aldea de unos trescientos habitantes que quedaba a un día de camino de la frontera. Drill se detuvo antes de entrar en el pueblo, bajándose del caballo y llevándolo por el ronzal.
Había decidido que seguiría a pie su camino. No sabía si alguien le seguía (quería pensar que no, pero estaría preparado para lo peor) así que decidió que deshacerse del caballo era una buena idea: sus huellas eran más fáciles de seguir que las de sus botas. La misión había pasado a otro nivel, uno más peligroso: Drill estaba ahora más expuesto, por eso llevaba su espada en la vaina en la cadera izquierda y su hacha corta en el cinto en la cadera derecha. Su cuchillo seguía atravesado en la espalda, colocado en el cinturón. Drill quería ir preparado.
Recorrió el pueblo hasta llegar a una casa de un solo piso, de adobe, con un pajar adosado a ella. Dentro de la cuadra había una mula y una vaca.
- ¿Hola? ¿Hay alguien en casa? – preguntó al vacío. Al cabo de un instante un hombre calvo y delgado salió de la casa, limpiándose las manos con un trapo. Llevaba un delantal sucísimo, manchado de barro y arcilla.
- ¿Qué desea?
- Atiéndame, me presentaré – comenzó Drill, colocándose el canto de la mano en la cabeza con el dedo pulgar estirado en la frente. – Soy Dumarus, viajante de profesión. Voy camino de Yutem y querría desprenderme de mi caballo.
- Yutem está aún muy lejos – dijo el alfarero. – ¿Por qué deshacerse de su caballo ahora?
- Voy a viajar por las montañas, visitando varias aldeas – dijo Drill, señalando hacia atrás, donde podía verse en la lejanía la Sierra Lishen. – Viajaré en una mula, más cómoda y útil para aquellos terrenos escarpados. Si usted tuviese la necesidad de comprar un caballo podríamos llegar a un acuerdo....
- Lo lamento, pero no necesito un caballo.... – dijo el alfarero, iniciando el gesto de reverencia, demostrando desinterés.
- ¡Atienda!  Es  usted  alfarero  ¿verdad?   le  detuvo. – Supongo que llevará sus trabajos por toda la comarca....
- Sí. Tengo un carro. Pero ya tengo una mula que tire de él....
- Pero yo le vendo un caballo para que el carro marche mejor tirado por los dos – dijo Drill, embaucador. – No le saldrá muy caro....
- No tengo mucho dinero, lo siento.
- Se lo venderé por lo que quiera darme....
El alfarero miró el caballo. Era un excelente animal, de buen porte y juventud. Parecía un poco cansado, pero no estaba en malas condiciones. El hombre miró a Drill, escamado. Aquello era muy raro.... Sin embargo, un caballo le vendría muy bien. Podría vender la mula y quedarse sólo con él: así podría montar por el campo y visitar más a menudo a la viuda Angelyn: estaba tan sola....
- Sólo puedo darle tres sermones por él – dijo el alfarero, que estaba dispuesto a pagar el doble.
- Es suyo.
El alfarero se sorprendió por la necesidad de aquel hombre por deshacerse del caballo (de un caballo tan bueno) pero aprovechó la ocasión. Estaba seguro de que podría vender la mula al viejo Thomas por cinco o incluso siete sermones, así que no sospechó nada más.
Pagó por el caballo y el extraño viajero siguió su camino, colgándose la mochila (que antes estaba en la grupa de la montura) en su espalda. Una espada larga sobresalía desde dentro de ella, pero el alfarero ya no tenía ojos para el forastero. Contempló su bello y magnífico caballo nuevo.
Drill salió con tranquilidad de Hujila, caminando. Salió del pueblo por el suroeste, caminando con tranquilidad hacia la frontera con Arrash. Esa misma noche habría llegado allí.


Drill caminó todo el día y llegó a la frontera al atardecer, cuando el cielo ya estaba mayoritariamente de color negro. Los caballeros de la Orden de Alastair le revisaron su placa de identificación y sus armas y le dejaron pasar sin problemas. Anduvo un trecho por el nuevo país y esperó a que se hiciese de noche por completo. Entonces se detuvo y volvió sobre sus pasos, con precaución.
Mi antiguo yumón sabía que la espada podía llamar mucho la atención y era tan grande que era imposible de esconder (no como la caja de Monto, que iba escondida en un doble forro de la mochila), así que la había escondido en unos matorrales que había en la frontera, en el lado de Rocconalia, a medio kilómetro del puesto fronterizo.
Drill había visto un par de jinetes de la Orden de Alastair en el puesto fronterizo, así que imaginó que había caballeros montados que vigilaban la frontera (tanto de noche como de día). Con cuidado se acercó a la frontera, a los matorrales donde había escondido la espada: cruzó la frontera cuando los cascos de un jinete sonaban lejos, hacia la costa, recuperó el arma y se adentró en Arrash.
Fixe aún estaba lejos, pero confiaba en haber despistado a sus posibles perseguidores.


Norrington siguió las huellas del caballo de su perseguido hasta Hujila, una pequeña aldea cercana a la frontera entre Rocconalia y Arrash. El mercenario confiaba en haber recortado distancias con su perseguido, pues había descansado pocas horas cada noche, viajando la mayor parte del día. Era cierto que su caballo nunca había marchado al galope (no quería cansarle ni dañarle, ya que le obligaba a realizar marchas de casi dieciocho horas cada día) pero habían recorrido muchos kilómetros en pocas jornadas.
Allí las huellas desaparecían y Norrington tuvo que reconocer que las había perdido. Creyó que el caballo había pasado por allí unos cinco días antes que él, pero todavía era evidente una huella de su casco herrado delante de una casa de adobe con una cuadra adosada a ella.
Se acercó a la casa, para preguntar, cuando vio un caballo en la cuadra. Lo observó con ojo crítico y de experto, acercándose al fin. Abrió la media puerta de la cuadra y entró en la estancia, pisando sobre la paja. Una vaca y una mula lo miraron con ojos estúpidos desde un rincón. El caballo lo miró también, confiado, sin inmutarse, mientras masticaba un puñado de heno.
Norrington levantó la pata del caballo, como lo hubiese hecho un diestro herrero dispuesto a cambiarle las herraduras. Observó el hierro que calzaba el animal y sonrió orgulloso.
Aquel era el caballo que llevaba siguiendo varios días.
- ¡Oiga! ¿Qué hace usted ahí? – preguntó un hombre que entró en la cuadra desde una puerta que la comunicaba con la casa.
- Disculpe, buen hombre. No pretendía hacerle nada a su caballo, ruego y solicito perdón – dijo, componiendo el gesto de saludo reverente con el canto de la mano en la cabeza. El alfarero pareció aplacarse, aunque mantuvo su ceño fruncido. – Sólo quería preguntarle por él.
- No está en venta, lo siento – contestó el hombre calvo, algo cortante. – Pero si quiere puedo venderle la mula por diez sermones.
- No, no.... No me entiende. No necesito comprarle el caballo, yo ya tengo una montura – dijo Norrington, señalando fuera de la cuadra. El dueño de la casa pudo ver el enorme y brioso caballo gris de Norrington. – Solamente quiero preguntarle por el dueño de este caballo, el que se lo vendió o cedió a usted.
El alfarero relajó su postura, desanudando su ceño fruncido. Parecía comprender algo.
- ¿Qué ha hecho ese bribón? – preguntó.
- Le sigo por robo – contestó Norrington. – ¿Sabe hacia dónde se dirigía?
- Dijo que era viajante, aunque estoy seguro de que era un mercenario....
- ¿Por qué lo dice? – preguntó Norrington, interesado
- Por su forma de hablar. Por el acento – dijo el alfarero, con un gesto taimado. – Al menos es de Ülsher, eso puedo jurarlo, digo wen.
- ¿Dijo dónde iba?
- Ese mentiroso siguió con su juego de que era viajante y que iba a visitar varias aldeas de la Sierra Lishen, por donde viajaría en mula, que por eso no necesitaba su caballo y quería vendérmelo.
Norrington se acarició la barba, pensativo. No tenía sentido que un viajero abandonase su caballo para viajar por las montañas, aunque pensase recorrerlas en mula. Estaban lejos de las montañas todavía y podría haber seguido a caballo hasta alguna aldea más cercana a la sierra, donde podría haber vendido su caballo igualmente.
Norrington lo comprendió de pronto. Hujila estaba a un día andando de la frontera con Arrash. Aquel bribón pretendía esconder la espada robada en algún banco de la capital.
- ¿Llevaba espada el hombre que le vendió el caballo?
– preguntó Norrington. Sentía a aquel hombre muy cerca, y quería asegurarse de que era a quien tenía que cazar.
- Llevaba dos. Una corta en el cinto y otra en una mochila que llevaba a la espalda. Me llamó la atención porque la que estaba en la mochila era larga y elegante, mucho mejor que la que llevaba a mano. No entendí por qué prefería usar una espada mediocre cuando tenía otra mucho mejor.
Norrington sonrió.
- Ofrezco gratitud y deseo prosperidad – dijo el corpulento mercenario, repitiendo el gesto de saludo y respeto. Salió de la cuadra y montó en su caballo a toda prisa, alejándose al galope.
El alfarero no tuvo tiempo de repetir la fórmula de despedida.


Drill recorrió caminando durante tres días la parte norte de Arrash, hasta el río Shen. Lo cruzó por un conocido vado, donde coincidió con un arriero que transportaba lajas de mármol hasta Fixe, para las cajas de seguridad. El arriero, un hombre mayor muy amable y divertido, se ofreció a llevar a Drill, que aceptó gustosamente.
En el carro Drill sólo tardó día y medio en llegar hasta la capital de Arrash, al mismo tiempo que Norrington se entrevistaba con el alfarero en Hujila.


El catorce de septiembre Drill llegó a Fixe, en el carro del arriero que lo había recogido en el vado del Shen. Esa noche, Norrington llegó al galope al puesto fronterizo entre Rocconalia y Arrash, al norte de la Sierra Lishen.
- ¿Llevan ustedes en este puesto varios días? – preguntó a los tres caballeros de la Orden de Alastair que comprobaron su placa de identificación. Norrington sabía que los caballeros cambiaban periódicamente de destino (aunque nunca muy separados uno del siguiente) y esperaba que aquellos no hubiesen sufrido un cambio de frontera hacía unos días. Esperaba que hubiesen visto pasar al ladrón que perseguía.
- Llevamos aquí desde sexembre, ¿por qué? – contestó el que tenía su placa de identificación. Se la devolvió mientras esperaba la explicación de Norrington.
- Voy buscando a un ladrón desde Velsoka. Es un hombre con un parche en el ojo.
- El último que pasó por la frontera era un hombre con un parche en el ojo – contestó otro de los caballeros. – Pero era un mercenario como usted....
- Puede que lo sea – contestó Norrington, pensando en las sospechas del alfarero de Hujila pero manteniendo la duda, hasta haberlo podido comprobar. – ¿No lo detuvieron? Llevaba una espada robada.
- No señor – contestó el primer caballero que había hablado, y que parecía ser el de mayor rango. – Llevaba una espada reglamentaria que estaba a su nombre. Nada más.
- La habría escondido.... – murmuró Norrington. – ¿Cuánto hace que pasó por aquí?
- Hará unos cuatro o cinco días – fue la respuesta. – ¿Está seguro de que era el ladrón?
- Estoy seguro.
- Entonces tendremos que revisar con atención la frontera, por si la espada robada está escondida a lo largo de ella – dijo el caballero.
- Háganlo – dijo Norrington, volviendo a montar en su caballo, aunque no creía que los caballeros encontraran nada.
- ¿Cómo era la espada? – preguntó otro de los caballeros, para saber qué tenían que buscar.
- Ese mercenario ha robado la espada de Rinúir-Deth – dijo Norrington, a la vez que azuzaba a su caballo y entraba en el reino de Arrash al galope. Los caballeros de la Orden de Alastair se quedaron con la boca abierta, detrás de él.

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