martes, 7 de noviembre de 2017

Viajes y Peripecias de Un Viejo Mercenario Esperando Poder Retirarse - Capítulo VII (2ª parte)



UNA ESPADA LEGENDARIA

- VII -

TASH NORRINGTON



Mi viejo yumón ya estaba lejos de Velsoka (muy lejos) cuando lo que voy a contaros sucedió, así que no os fieis mucho de mis palabras. Mi relato se basa más en mis experiencias previas y en mi adiestramiento como mercenaria que en el conocimiento fehaciente de lo que ocurrió en esta situación. El resto de la historia os la cuento tal cual mi viejo yumón me la transmitió a mí: esta parte es una mera suposición.

Cuando los guardias del Museo de la Guerra se dieron cuenta de que la espada Lomheridan había sido robada dieron la voz de alarma, usando sus silbatos de latón. Sin embargo, a pesar de que reaccionaron de una manera bastante ágil y rápida, el ladrón se había escapado sin dejar ninguna pista (como os he contado en el capítulo anterior).

Los alguaciles de la ciudad registrarían todo el entorno, sin hallar ninguna pista. Los guardias y ellos sólo sabían que el ladrón se había descolgado desde la linterna de la alta cúpula, saltando después a tierra, quemando la cuerda para no dejar pistas. Dos alguaciles habían luchado contra él, pero no habían podido verle, porque estaba a contraluz.

En definitiva, no tenían ninguna pista del ladrón.

Los guardias del museo, después de buscar pistas y de que los alguaciles de fuera les advirtiesen de que el ladrón había escapado, cumplirían con el protocolo: darían el aviso al teniente de alguaciles de la ciudad para que se pusiera a buscar al ladrón inmediatamente (había pocas posibilidades de que el ladrón siguiera en la ciudad, pero alguna había) y después avisarían al director del museo, el señor Dumarus.

Supongo que el director llegó al museo en plena madrugada, apresuradamente. Me gusta imaginarle despeinado, vestido de forma informal, y con ojos somnolientos, pero imagino que estaba espabilado. En su museo había ocurrido lo peor que podía ocurrir.

La investigación continuaría durante toda la madrugada y el día siguiente. Los alguaciles de la ciudad entrarían en el museo, para buscar pistas y comprender la situación. Y la situación era que el objeto mejor guardado del continente había sido robado.

Pronto debió llegarse a la conclusión de que sólo un ladrón experimentado podía haberlo hecho, así que el director del Museo de la Guerra, el señor Dumarus, (esto lo sabemos con seguridad, por lo que pasó después) requirió los servicios de un mercenario.

A mediodía del día siguiente al robo, el catorce de sexembre, el señor Dumarus recibió en su despacho al mercenario que los alguaciles de la ciudad le habían conseguido. Pude conocerle tiempo después, así que puedo daros la descripción exacta de cómo era: un hombre grande, corpulento, con el pelo largo y negro, un fiero bigote sobre el labio y una barba rizada en las mejillas. Sus ojos grises refulgían bajo las pobladas cejas, serios, duros y coléricos.

Vestía ropas de color pardo y una capa confeccionada con pieles de oso. Llevaba botas de cuero marrón, protectores de hierro en los antebrazos y un casco amplio con cuernos de vaca en los costados. Su nombre era Tash Norrington y era natural de una aldea de Barenibomur, en las Montañas Seden.

- Bienvenido. Siéntese, por favor – imagino que dijo el director.

Por lo que pude saber de Norrington más adelante, imagino que se quedó de pie, aunque bien podía haberse sentado. Más tarde Drill averiguaría que acababa de cumplir la noche anterior una misión de rescate en una aldea de la costa norte de Rocconalia, así que quizá estuviese deseando sentarse y descansar.

- Supongo que los alguaciles le han puesto en antecedentes de nuestro problema – iniciaría Dumarus la conversación.

- Han robado algo en su museo y yo tengo que recuperarlo – contestaría Norrington (aunque en realidad él ya sabía qué habían robado).

- Eso es. Ni más ni menos – diría Dumarus. – Solamente una apreciación: necesitamos que nos traiga al ladrón. Queremos darle un castigo ejemplar – diría Dumarus, con un tono sádico (aunque quizá esto no fuese así: la verdad es que el director del museo no me cayó bien desde el principio, y quizá sólo esté exagerando).

- Bien.... ¿Tienen alguna pista? ¿O debo buscar por todo Ilhabwer? – preguntaría Norrington (al menos es lo que yo preguntaría).

- Hace unos días me entrevisté con un hombre anciano que estaba muy interesado por la espada. Esperó casi un mes para poder entrevistarse conmigo, así que su interés era intenso. Quería la espada para su asociación, una agrupación llamada Amigos de los Nueve Reinos, o algo así. Según dijo su sede estaba en Ire. Es un buen sitio por el que empezar a buscar – es lo que el director dijo con mayor probabilidad.

- Bien. Veo que no tenemos muchos datos para empezar a buscar.... – diría Norrington (la verdad es que al pobre mercenario le habían propuesto una misión un tanto complicada).

- Sé la dificultad de la misión – diría el director. – Por eso vamos a pagarle trescientos sermones por la captura del ladrón y la recuperación de Lomheridan (es de lo poco que sabemos con seguridad que ocurrió durante esa entrevista: la recompensa que recibiría Norrington).

- Me pondré a trabajar de inmediato, señor – aseguraría Norrington, sonriendo peligrosamente. Después se despediría del director con el pulgar en la frente y el canto de la mano en la cabeza y saldría del despacho y del museo.





Lo que Tash Norrington hizo los días siguientes en Velsoka puedo contároslo con mayor o menor certeza, porque más adelante se lo explicaría a Drill.

El mercenario recorrió la capital casi por completo, empezando por los alrededores del museo hasta extenderse hacia la periferia. Preguntó en cada taberna, en cada comercio, en cada puesto del mercado. Indagó sobre un anciano vestido con túnica y con cicatrices en la cara.

Se pasó los primeros cinco días investigando sobre el anciano y su asociación de Amigos de los Nueve Reinos. Pero nadie conocía la asociación.

Norrington imaginó que la asociación era una simple tapadera, una invención para engatusar a la gente del museo, así que dejó de buscar en esa dirección.

Cambió de táctica y preguntó en todas las agencias de diligencias, preguntando por un viajero: la asociación podía ser falsa, pero la persona que se había entrevistado con el director del museo era real. Durante otro par de días Norrington preguntó por un anciano con la cara llena de cicatrices en todas las agencias de diligencias, sin éxito.

Así que luego probó en las caballerizas y casas de alquiler y venta de caballos. Norrington sabía que el tiempo era esencial, que cuanto más tiempo estuviese en Velsoka más se alejaba el ladrón de allí. Pero también sabía que la información que pudiese obtener sobre el ladrón era fundamental para atraparlo.

Al fin, en una caballeriza pequeña y humilde, un vendedor pudo darle información aparentemente útil.

- No recuerdo todos los caballos que he vendido, señor – le dijo el caballerizo, un hombre maduro, de rasgos jóvenes y mirada avispada. – Y menos si me pregunta por una venta de hace más de diez días....

- El comprador era alguien fácil de recordar – dijo Norrington. – Era un anciano con la cara llena de cicatrices y el ojo izquierdo cegado por una herida profunda.

- No recuerdo a nadie así.... ¡Bueno! Recuerdo haber vendido un caballo a un hombre con un parche en el ojo, hará dos semanas, poco más o menos....

- ¿Llevaba el parche en el ojo izquierdo?

- No puedo recordarlo, lo siento.... Pero recuerdo el parche y las cicatrices de su cara.... Aunque no era un anciano: era un hombre mayor, pero no un viejo.

- ¿Le vendió el caballo de noche, casi de madrugada?

- No señor. Eso seguro que no. Nunca estamos abiertos de noche. Me compró el caballo de día, creo recordar que fue por la mañana. Es más, lo compró y lo dejó aquí un día, más o menos. Después lo recogió y no volví a saber nada más de él.

- Gratitud y prosperidad – dijo Norrington, lanzándole una moneda de un sermón, que el caballerizo atrapó al vuelo.

- Gratitud a usted, que Sherpú le guarde, digo wen.

Norrington creía estar sobre la pista del ladrón, o por lo menos del farsante que había intentado hacerse con la espada mediante mentiras y engaños. No era un mal sitio por dónde empezar.

Sabía que un hombre con cicatrices y un parche (esperaba que lo usase para cubrirse el cegado ojo izquierdo) había estado en Velsoka en las mismas fechas que el ladrón de Lomheridan, que había comprado un caballo cerca de la fecha del robo y que había sacado el caballo de la caballeriza de día, después de haberlo dejado allí un tiempo. Si lo había usado para salir de la ciudad después del robo, debía haber dejado el caballo en algún sitio hasta la noche.

Norrington indagó entonces en las tabernas de la ciudad, durante los tres días siguientes, hasta dar con un tabernero que recordaba al tipo del parche en el ojo.

- No recuerdo en qué ojo llevaba el parche, lo siento – dijo el tabernero, mientras restregaba la barra de madera con un trapo mugriento. – Pero ese hombre me pagó para que su caballo se quedase atado a la puerta de la taberna durante toda la tarde y parte de la noche.

- ¿Cuándo vino a recogerlo?

- No lo sabría con seguridad – contestó el tabernero,

– pero sería entre medianoche y la una de la madrugada, porque cuando el doctor se fue a eso de la una le acompañé a la puerta (estaba terriblemente borracho) y ya no había ningún caballo atado a la puerta. Como aquel hombre no vino al día siguiente a reclamarlo imaginé que había sido él el que se lo llevó por la noche.

- Gratitud y prosperidad – dijo Norrington, lanzando otra moneda de sermón girando por el aire.

Norrington sabía que el ladrón le llevaba casi quince días de ventaja, pero ahora sabía cómo era (casi con total seguridad) y hacia dónde se había dirigido. Aquella taberna estaba en el sur de la ciudad, muy cerca de la carretera hacia Ghuell.

Norrington imaginaba que el ladrón había salido hacia allí, no sabía con qué destino, pero lo averiguaría poco a poco.

No en vano era el mejor rastreador de huellas de su promoción en la academia de mercenarios.


 

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