viernes, 20 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - El amanecer

- XII -

Con la luz del Sol los supervivientes de Desesperanza volvieron a salir a la calle, con cautela al principio, pero más confiados y alegres después. Habían sobrevivido a la noche.
Cuando descubrieron que el gran establo del pueblo estaba lleno de caballos estallaron en gritos de júbilo: saldrían del desierto y aquella noche estarían a salvo en Culver City.
Sólo habían sobrevivido unas treinta personas, las que se habían refugiado en casa de William T. Lorenzo Jr. Las demás habían muerto en el incendio o en la cacería que se había organizado después.
El sheriff organizó a la gente que quedaba en dos grupos: unos se encargaron de encontrar los cadáveres y tratarlos para evitar su transformación y los otros prepararon los caballos para abandonar el pueblo. Se dispusieron dos carros que había también en el interior del establo para transportar agua y provisiones, y para que viajaran los vecinos más ancianos y para los niños.
Lucius “Chucho” McGraw estaba herido: había recibido un zarpazo en un hombro. Le cosieron las rasgaduras que tenía en la piel y le vendaron la articulación. A Cortez le entablillaron la muñeca y le vendaron toda la mano, cada dedo por separado. El sheriff Mortimer tenía una brecha en la cabeza, así que le pusieron una venda en torno a la frente, que tapó con el sombrero.
Mortimer y Cortez parecieron hacer las paces: el sheriff no se sentía ya amenazado por el cazavampiros, pues había retomado su lugar en el pueblo ahora que los vampiros se habían marchado y Cortez había cumplido su cometido.
A media mañana, no más tarde de las diez, todo estaba listo. Los supervivientes estaban preparados para su travesía por el desierto y tenían un caballo o un sitio en alguno de los carros. La comitiva se puso en marcha sin más dilación: todos querían dejar atrás el pueblo. Desesperanza se convertiría en otro pueblo fantasma más.
El sheriff Douglas Mortimer se acercó a lomos de su caballo a Mike, Cortez, McGraw y Sue, que esperaban al lado de sus monturas, atadas delante del saloon.
- Buena suerte, sheriff – dijo Cortez, tocándose el ala del sombrero.
- Igualmente. Va a necesitarla – dijo Mortimer, que ya sabía el destino del cazavampiros. – ¿Está seguro de que no quiere acompañarnos? ¿Ninguno de ustedes?
- Aún tenemos cosas que hacer – contestó Cortez, tendiéndole la mano izquierda al sheriff, que se inclinó en su silla de montar para estrechársela. – Muchas gracias por todo, sheriff.
- A usted.
Un trote de caballo llegó hasta ellos, que miraron detrás de Mortimer. Éste se giró para ver llegar a Ron, montado a caballo. La estrella de ayudante del sheriff brillaba en su pecho a la luz de la mañana. El chico no podía sentirse más orgulloso, con su placa y su espléndido Colt Dragón en la cartuchera.
- Señor, salimos ya – dijo.
- Bien. Ve tú delante, hijo – le contestó el sheriff. El chico asintió y luego se tocó el ala del sombrero, para despedirse de los que estaban a pie. Mike le sonrió ampliamente, divertido y alegre por el ascenso del muchacho.
El sheriff se volvió hacia Mike y le miró lleno de respeto.
- Me alegro de haberte tenido en el pueblo, Nelson – dijo, con los ojos entrecerrados y duros mirando al bandido.  – Intenta no meterte en líos.
Mike se asombró, pero luego sonrió con su sonrisa ladeada, dedicándole un cabeceo al sheriff.
- Lo intentaré, pero no prometo nada....
El sheriff sonrió a su vez y volvió a tocarse el ala del sombrero. Después giró a su caballo y marchó al trote para ponerse a la cabeza de la comitiva, que se ponía en marcha lentamente.
Mike vio a uno de los jinetes que marchaban cerrando la caravana y corrió para alcanzarle antes de que echase a andar y se alejase demasiado.
- ¡Casero! – gritó, llamando la atención del telegrafista. Emilio Villar se giró y vio a Mike, endureciendo su cara. El bandido llegó hasta el lado del caballo y se detuvo, quitándose el sombrero y sacando algo de dentro. – Tenga. Al final dormí en su casa, y aunque no me ha dado el desayuno, he disfrutado de mi estancia.
Emilio Villar miró atónito el billete de diez dólares que el bandido le tendía. Lo cogió después de un rato.
- Gracias – dijo, en un mudo susurro.
- El placer ha sido mío, amigo – dijo Mike, sonriendo sinceramente. Se dio la vuelta y volvió hacia el grupo que se quedaba en Desesperanza, dejando detrás de sí a un atónito Emilio Villar. El telegrafista acabó sonriendo, irónico, y después azuzó a su montura, para ponerse en marcha en la retaguardia de la caravana.
- ¿Todo listo? – preguntó Cortez a Mike, mientras montaba en su caballo. La mano derecha vendada descansó entre sus piernas y manejó las riendas con la izquierda.
- Sí – dijo Mike, montando en su yegua. – Cortez, siento de veras lo de su hombre, lo de White.
- Son cosas que pasan – contestó Cortez, con pesar. Apretó los labios y se encogió de hombros. – Yo lamento lo de su amigo.
- Sí, yo también....
- Se portó como un valiente – dijo el cazavampiros. Mike asintió. – Y no te preocupes. Hiciste lo que debías hacer.
Mike miró a los ojos de Cortez y supo al instante que había hecho lo mismo un montón de veces, sacrificar a amigos que se habían transformado. Y también vio en su mirada que era algo que no se olvidaba nunca.
- ¿De verdad no quieres venirte? Eres bueno con el revólver y las balas de madera....
- Gracias, pero tengo asuntos que resolver – contestó Mike, realmente agradecido y honrado de que el cazavampiros quisiese tenerle a su lado en su cruzada.
- En ese caso suerte – dijo Cortez y le estrechó la mano izquierda desde su caballo. Lucius “Chucho” McGraw se tocó el ala del sombrero, sonriendo ligeramente bajo su ancho bigote y salió al galope tras su compañero y jefe. Mike los vio irse, sonriendo de medio lado: eran las personas más extrañas que había conocido en el oeste.
Se volvió hacia Sue que seguía a su lado, montada sobre su caballo. La chica le estaba mirando.
- ¿Te vas con ellos de verdad? – preguntó.
La chica asintió en silencio.
- Son muy raros....
- Sí.... Un poco.... – dijo, con su bella voz asomando a través de una sonrisa tímida. – Pero Alastair escapó y Cortez quiere cazarle. Ahora ya no tiene a su Ungido y no querrá construir un gran ejército de vampiros, pero sigue siendo peligroso.
- Y tú quieres ayudarle a cazarlo....
La chica se encogió de hombros.
- Es mi vida. A eso me dedico – respondió. Luego volvió a sonreír. – Adiós, Mike.
- Buena suerte, Sue – contestó el bandido, y se abrazaron, cada uno desde su caballo. Después la chica se giró y salió del pueblo detrás de Cortez, entre dos casas, hacia el desierto.
Mike respiró hondo. Él se dedicaba a otras cosas.
Y quizá seguiría dedicándose a ello. Pero no durante un tiempo. Ahora tenía un fondo monetario que le iba a permitir tirar durante un tiempo. Sólo tenía que recuperarlo.
Sin miedo a lo que se podía encontrar allí donde iba, Mike salió del pueblo al galope, hacia las montañas, a las cuevas. A recuperar su botín.
Ahora ya sabía cómo enfrentarse a los vampiros.
Tenía el revólver lleno de balas de madera y una estaca en el cinto, en la cadera derecha.
Salió del pueblo por la calle principal, como una exhalación, sin fijarse en el cartel de la entrada.

Desesperanza
Povlaciòn: 237 abitantes   ??

Al parecer el desierto de Mojave se había quedado despoblado. Pero Mike no tenía miedo.
Nada podía detenerle.
El Sol brillaba por encima de él, en el cielo azul.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - La última noche (5 de 5)

- XI -
(5 de 5)

Cortez avanzó con su grupo por la calle del pueblo, por entre los porches de las casas. Iban con cuidado, asegurándose de que no había vampiros por allí que los veían.
Descubrieron a los vampiros que vigilaban desde los tejados, orientados todos hacia el gran establo. Ninguno se inmutó cuando pasaron a su altura. Cortez estaba convencido de que los habían visto, pero los vampiros no dieron la voz de alarma. El cazavampiros estaba seguro de que aquello era una trampa, pero no dijo nada más. Siguió avanzando y sus compañeros con él.
Cuando ya vieron el establo, a unas cinco casas de distancia, Emilio Villar y Henry Stewart se separaron del grupo y buscaron una casa en la que entrar para poder buscar una buena posición para cubrir a los demás.
- Tenéis un par de minutos – les dijo Cortez, en susurros. – Es lo que vamos a esperar para salir al descubierto.
Los dos hombres se fueron y los demás esperaron.
- ¿Tenemos alguna posibilidad? – preguntó Sue al lado de Cortez, escondidos a unos metros de los vampiros que había delante del establo.
- ¿De conseguir los caballos? Alguna hay.... – dijo Cortez, con tono alegre. – De sobrevivir....
El cazavampiros no terminó la frase, dejándola ominosamente en el aire. Sue le miró de reojo y sintió miedo por primera vez en todo el tiempo que llevaba en Desesperanza.
Observaron la escena. Había unos ocho vampiros delante del gran establo, mirando hacia él. La puerta estaba abierta y se oía piafar y relinchar nerviosamente a algún caballo. No se veía ni rastro de animales o de vampiros dentro.
- Encarguémonos de los de aquí fuera – murmuró Cortez. – Lo de dentro es cosa de White y los otros.
Y salió a la calle del pueblo.
Los vampiros se dieron la vuelta a la vez, en ese momento. Estaba claro que los estaban esperando.
Cortez y Lucius McGraw abrieron fuego, mientras corrían. Sue sacó su pequeña ballesta y también disparó, caminando, para poder recargarla cada vez que disparaba.
Los vampiros recibieron los certeros disparos, casi con confianza. Pero cuando la madera entró en sus cuerpos muertos, sintieron un terrible dolor que no se esperaban. Fue una sorpresa para ellos descubrir que aquellos asaltantes humanos tenían armas que podían dañarles.
Los tres humanos llegaron más cerca de ellos, pudiendo afinar aún más la puntería. Tres vampiros murieron, dos de ellos quedando reducidos a polvo.
Los vampiros de los tejados saltaron con agilidad al suelo y corrieron a una velocidad asombrosa hacia el establo, para ayudar a sus compañeros y hermanos. Entonces, un tiroteo de balas de madera también les regó desde los dos edificios que había frente al gran establo. Los proyectiles de madera les hicieron daño, deteniéndoles y aturdiéndoles.
Mientras Sue y Lucius peleaban con los vampiros de fuera y los que llegaban desde los tejados, Cortez corrió hacia dentro del establo, con el largo guardapolvo negro ondeando tras él, protegido por la rociada que descargaban Villar y Stewart. El cazavampiros corrió por el establo, deseando llegar a tiempo para salvar suficientes caballos para los supervivientes de Desesperanza. Llegó hasta la mitad del establo, comprobando que había varios caballos vivos, en los corrales individuales. Le sorprendió no encontrar a ninguno muerto.
Entonces comprendió la trampa al completo. Los vampiros no habían pretendido matar a ningún caballo. Ni siquiera querían hacer salir a los supervivientes de sus escondites.
Alastair quería cazarlo a él.
Se detuvo en el sitio, al comprender que se había metido en la boca del lobo. Sorprendido vio llegar corriendo a Mike Nelson, perseguido por Alastair. El cazavampiros levantó su pistola y disparó, pero estaba descargada. La tiró al suelo y echó mano a la otra, la que llevaba metida en el cinto, en el vientre. Pero no llegó a cogerla.
Ocurrió todo a la vez. Alastair alcanzó a Mike Nelson y le golpeó, mandándolo por los aires otra vez hacia la parte trasera del establo. El bandido rompió una de las separaciones de madera de los corrales individuales y aterrizó en un montón de paja. En ese mismo instante, cuando Alastair golpeaba a Mike y se quedaba delante de Cortez, éste recibía el ataque de dos vampiros desde la espalda. Le golpearon en la nuca y alejaron sus manos del revólver que llevaba en el vientre, tirándole al suelo.
Alastair se cernió sobre él, sonriendo, mirándole con sus ojos completamente negros.
- Me alegro de encontrarnos en esta situación, cazavampiros – dijo, con voz seductora y hambrienta. Abrió la boca al completo, con los afilados colmillos dispuestos.
Un disparo sonó a su espalda y la bala le atravesó la cabeza, desde la nuca a la frente. Por suerte para el vampiro fue una bala de plomo.
Pero aquello le enfureció, irguiéndose y girándose. Siseó a su nuevo enemigo.
Tenía la misma estatura que el cazavampiros que llevaba persiguiéndole tanto tiempo. Era moreno también y vestía también de negro. Pero su cara era muy afilada y sus ojos estaban siempre entrecerrados. Una estrella plateada brillaba en el pecho de su camisa negra.
El sheriff Mortimer volvió a disparar sobre el vampiro, dándole en la garganta. Sabía que no podría matarle, pero quería llamar su atención: mientras Alastair aullaba hacia el sheriff, Cortez se alejó rodando de él, se levantó y clavó una estaca en el corazón de uno de los vampiros que lo habían tirado al suelo. Alastair saltó por los aires, hacia adelante, buscando al sheriff. Pero a su lado estaba Joseph Westwood que le vació un cargador entero en el pecho al vampiro mientras estaba por el aire. Alastair aterrizó sobre el ayudante del sheriff, arrancándole la cabeza con sus manos.
El otro vampiro que había reducido antes a Cortez saltó hacia Mortimer, volando por los aires. Era un vampiro con aspecto de mejicano, el que había acompañado a Alastair la noche anterior en la destrucción del saloon. El sheriff lo esperó y lo recibió sujetándole las garras, alejándose de sus colmillos. Rodaron los dos por el suelo cubierto de paja, alejándose de Alastair y del cuerpo destrozado de Westwood. Acabaron uno encima del otro, el vampiro sobre el humano, buscando su garganta con los dientes. El sheriff le alejó lo suficiente hacia arriba para sacar una estaca que llevaba en el cinto y clavársela en el corazón. El cuerpo sin vida del vampiro cayó sobre él, cubriéndole.
Alastair miró alrededor, buscando al sheriff o a Cortez. No vio al primero por ninguna parte, pero el segundo estaba tras él. Se giró para mirarlo. Y sonrió.
Cortez se había encontrado con el Ungido.
El cazavampiros supo enseguida quién era la niña que tenía ante él. Era un vampiro, por supuesto, pero con el aspecto de una niña de unos siete años, muy guapa, de tirabuzones rubios. Era la clave para que Alastair desatara el apocalipsis vampírico que se proponía.
Blandió la estaca y la dirigió hacia el corazón de la niña, sin que su adorable aspecto le hiciese dudar. Pero no llegó a clavarla. La niña la detuvo con las dos manos a escasos centímetros de su pecho, colocándolas juntas, como si rezara, atrapando la estaca entre ellas. Después las giró e hizo que la estaca se le escapara de la mano a Cortez, cayendo al suelo.
Alastair sonrió, expectante: el final del cazavampiros estaba cerca.
Entonces escuchó ruidos a su espalda, y se giró prevenido, ante un ataque sobre su persona. El otro humano, aquel que había disparado sobre él la noche anterior en el corral de los terneros, se estaba levantando. Alastair se plantó delante de él en una carrera.
- Me alegro de verte de nuevo – dijo, sarcástico, golpeándole con el dorso de la mano. Mike voló por los aires, golpeando la pared del establo, cayendo desmadejado al suelo.
La niña rubia agarró la mano de Cortez, la que había empuñado la estaca, y la retorció. Los huesos sonaron como ramas secas, partiéndose. Cortez aulló de dolor.
La niña no le soltó, levantándole por encima de su cabeza, lanzándole contra el corral individual más cercano. Cortez aterrizó sobre el costado de un caballo y cayó al suelo. El animal se agitó, asustado, huyendo de allí.
Alastair llegó hasta Mike y lo cogió del cuello, levantándolo del suelo. El bandido estaba aturdido, dolorido y descoordinado. No fue capaz de coger la estaca que llevaba al cinto.
Alastair abrió la boca para morder a su víctima cuando otro vampiro llegó hasta él, agarrándole del brazo con el que cogía a Mike. El nuevo vampiro le retorció el brazo y Alastair tuvo que soltar a Mike, que cayó encogido al suelo.
Mike levantó la mirada, mientras el nuevo vampiro arrastraba a Alastair hacia la otra pared del establo, retorciéndole el brazo aún. El vampiro vestía un peto de color marrón y una camisa blanca que resaltaba mucho contra su piel oscura.
El vampiro que le había salvado la vida era su amigo Sam.
La niña rubia se acercó con paso orgulloso a Cortez, que se sentó en el suelo y se apoyó en la pared del corral individual, ahora vacío. El Ungido entró en el corral, sonriendo, pícara. Sus ojos cambiaron: se volvieron opacos, como los del resto de vampiros, pero rojos en lugar de negros. Cortez notó esos ojos clavados en él y rompió a reír, con una risa cansada al principio, una risa derrotada, para acabar soltando carcajadas, llenas de diversión.
- ¿De qué te ríes, viejo? – preguntó el Ungido, y su voz sonó infantil y angelical, aunque su aspecto era el de un verdadero demonio.
- De que gracias a mi trabajo he aprendido a disparar con la mano izquierda – dijo Cortez, sin dejar de reír. Entonces, rápido como un rayo, lanzó su mano izquierda hacia el cinturón, donde llevaba la pistola en el vientre, orientada hacia la mano derecha. La sacó de allí con un movimiento ágil, apuntó y disparó.
Sam no soltaba a Alastair, retorciéndole el brazo sin parar. Mientras tanto, el vampiro veterano lanzaba zarpazos con la mano izquierda, destrozándole a Sam el lado derecho de la cara. Sin embargo, Sam seguía sin soltarle: los vampiros recién transformados tenían una fuerza muy superior a la de un vampiro curtido.
El brazo derecho de Alastair acabó por separarse de su cuerpo. Sam se separó de él, mirándole con sus nuevos ojos negros, sin pupila ni iris. Lamió el muñón del brazo, con aspecto distraído. Alastair cayó de rodillas, aullando de dolor, agarrándose el muñón del hombro con la otra mano, mirando lleno de furia al vampiro novato.
El Ungido se lanzó hacia adelante, mientras la bala salía por el cañón. Lo que pasó fue que, el roce del proyectil con el hierro del cañón hizo que la madera se inflamara, viajando la bala en llamas hacia la pequeña vampiresa rubia. La bala le impactó en el pecho, abrasándola por dentro.
La niña se detuvo, gritando a pleno pulmón, agarrándose el pecho con las garras, escarbando en él para sacarse el incendio que la quemaba por dentro, devastándose de dolor. Se tambaleó y corrió hacia atrás, manoteando. Pronto todo su torso estaba en llamas y después sus ojos se derritieron y llamas pequeñas salieron por las cuencas. Al final cayó al suelo de espaldas, quemándose poco a poco desde dentro, como una hoguera.
Alastair giró la cabeza y aulló, rabioso y lleno de pena.
- ¡¡¡Pequeña mía!!! ¡¡¡Mi demonio!!! – gritó, roto de dolor por dentro.
Se levantó y se olvidó de su contrincante, corriendo fuera del establo, saliendo por la puerta de atrás, alejándose del pueblo corriendo por el desierto, a una velocidad sobrehumana, volando sobre la arena. Un aullido animal, desgarrado, se escuchó mientras huía.
El resto de vampiros que quedaban en la parte delantera del gran establo escucharon aquel aullido y se taparon los oídos, quebrados por el dolor de su amo. Huyeron de allí como gamos, siguiendo a Alastair hacia su refugio en las cuevas. Sue y Lucius McGraw, que todavía estaban en pie, los vieron irse, aliviados y sorprendidos.
Mike se puso en pie, todavía un poco desorientado. Al mismo tiempo Cortez se levantó y salió del corral individual, con el revólver en la mano izquierda. El sheriff Mortimer se acercó al cazavampiros pasando al lado del pequeño incendio que era el Ungido y le acompañó, ayudándole a caminar, recorriendo el establo, acercándose
los dos a Mike. El bandido no los miraba a ellos.
Mike tenía la vista fija en Sam, que seguía de espaldas, mirando hacia la puerta trasera del establo, por donde Alastair había huido. El vampiro poco a poco se dio la vuelta, encarándose con Mike. Éste lo miró, con tristeza y con miedo. Sacó la pistola, pero la mantuvo baja, apuntando hacia el suelo.
Sam le miró con los ojos negros, inclinando la cabeza hacia un lado. Soltó el brazo de Alastair, que al caer al suelo acabó deshaciéndose en polvo oscuro y áspero. Abrió la boca, dejando ver sus colmillos, emitiendo un leve gruñido hambriento.
- Mátame.... – logró articular, sin quitar la mirada de encima de su amigo. Parecía luchar contra su instinto de vampiro con la poca conciencia de humano que le quedaba, que seguro que se estaba escapando.
Mike levantó el revólver y Sam siseó, amenazador, lanzando un zarpazo al aire, pero se controló. Su conciencia humana desaparecería en un instante.
Mike tragó saliva, sabiendo lo que debía hacer, pero sin poder hacerlo. Sam había sido amigo de Nick, era amigo suyo.... y le había salvado la vida.
- Adiós, amigo – murmuró Mike, y le pareció que su amigo vampiro sonreía, por un momento. Después disparó.
Mike tenía buena puntería, incluso en los momentos más peliagudos o más tensos. O en los más emotivos. La bala le dio a Sam en el corazón, matándolo en el acto. Cayó hacia atrás, desmadejado, como una marioneta a la que le cortan los hilos.
Mike se acercó a él, roto por dentro, pero intentando mantener la compostura. Metió la mano en el bolsillo y sacó una cerilla, que encendió con el pulgar. Después la dejó caer sobre el cuerpo de su amigo muerto.
Se dio la vuelta mientras el cadáver de Sam se quemaba y salió del establo acompañado de Cortez y del sheriff Mortimer.
Fuera estaba amaneciendo.


domingo, 15 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - La última noche (4 de 5)

- XI -
(4 de 5)

Mike se despertó sobresaltado, sacudido por alguien.
- Ven a ver esto – susurró con su bella voz Sue, delante de él, sacudiéndole por los hombros.
El bandido se levantó, frotándose la cara con la mano. Sue se colocó en una ventana ocupada por Sam, Ron y la otra muchacha. Suspirando se dirigió a la otra, en la que estaba Villar. El telegrafista le miró, tenso, pero le dejó un hueco para mirar por entre las cortinas.
Estaban asomados a las ventanas del piso inferior de la casa, las de la fachada, escondidos entre las cortinas. Veían la calle del pueblo. Mike levantó las cejas, sorprendido.
Varios vampiros a pie conducían una manada de caballos herrados y con todos sus arreos por la calle principal. Los llevaban tirando de las riendas, al paso, con tranquilidad. Los animales parecían un poco agitados, nerviosos por la proximidad de las criaturas. Pero los vampiros llevaban a los animales con firmeza y los caballos los seguían con docilidad.
- Son los caballos del establo – musitó Ron.
- Anoche habían desaparecido – dijo Mike.
- Los caballos se escaparían anoche – supuso Sue, – asustados por los vampiros. Habrán estado vagando por el desierto todo el día.
- ¿Y por qué los traen ahora? – preguntó Ron. Mike se estaba preguntando lo mismo.
- No tiene sentido.... – opinó Emilio Villar. – Nos están trayendo nuestros medios de transporte....
- Es una trampa – murmuró Sam. Todos le miraron, pero el negro no añadió más.
La comitiva de caballos hacía un rato que había pasado. No quedaba ni rastro de animales ni de vampiros por la calle. Entonces, una sombra sigilosa cruzó corriendo la calle, llegando hasta la casa de Emilio Villar y llamando a la puerta.
- ¿Quién es? – preguntó el dueño. Mike se separó de la ventana y se acercó a la puerta, abriéndola con cuidado de que no hiciera mucho ruido. No tenía miedo: si era un vampiro no podría entrar.
Ezequiel Cortez estaba en el vano. Se coló dentro en cuanto tuvo hueco suficiente.
- ¡Cierra! – dijo mientras pasaba al lado de Mike.
- ¿Qué ocurre? – preguntó Emilio Villar, nervioso al ver al cazavampiros.
- ¿Está el sheriff Mortimer aquí? – preguntó Cortez, acelerado. Los demás negaron con la cabeza y Cortez lanzó un reniego.
- ¿Qué pasa? – preguntó Mike, colocándose a su lado.
- ¿Habéis visto los caballos? – y todos asintieron. – Les están reuniendo en los establos.
- ¿Para qué? – preguntó Ron, incrédulo.
- Saben que los necesitaremos para escapar – explicó Cortez. – Supongo que los están reuniendo para matarlos. Es una trampa.
- ¿Y qué vamos a hacer? – preguntó Emilio Villar, alterado.
- Ir a por ellos – contestó Cortez, sencillo, sonriendo de forma confiada.

* * * * * *

Mike corrió por la calle del pueblo detrás de Cortez, agazapado, con el miedo pegado a la suela de las botas. Se sentía al descubierto, muy desprotegido.
Llegaron hasta la gran casa y entraron, sabiendo que la puerta estaba abierta.
Gracias a Cortez, “Chucho” McGraw y Pete White los supervivientes se habían ido reuniendo en una mansión que había en el pueblo, propiedad de un rico ganadero afincado en Desesperanza. Era amplia y grande, suficiente para que se reunieran allí la mayoría de los supervivientes que quedaban en el pueblo: sólo la superaban en tamaño el burdel y la iglesia.
William T. Lorenzo Jr. era un hombre grande, con un metro entre hombro y hombro y una gran barriga redonda. Tenía el cabello entrecano, pero su bigote seguía siendo pelirrojo, tan grande y frondoso como el de “Chucho” McGraw.  Estaba  nervioso,  pero  intentaba  que  todo  el
mundo estuviese cómodo en su casa.
- ¿Han encontrado al sheriff Mortimer? – preguntó William T. Lorenzo Jr. a Cortez y al bandido, cuando regresaron de su última incursión a las casas del pueblo.
- No – dijo el cazavampiros, serio. Ni el sheriff ni su ayudante Joseph Westwood aparecían por ninguna parte y todos estaban preocupados, incluso Cortez. Mike quiso que el sheriff hubiese visto la simpatía y preocupación que despertaba en sus vecinos: eso le habría calmado de su inquietud por estar perdiendo su lugar en el pueblo.
- ¿Y qué hacemos? – dijo el dueño de la casa.
- ¿Están aquí todos los supervivientes? – preguntó Mike.
- Todos los que están escondidos en esta parte del pueblo – explicó Sue, acercándose al grupo de tres hombres y hablando con su bonita voz en bajo. – Los vampiros se concentran en el gran establo: no hemos podido avisar a los que se esconden en todas las casas que quedan al otro lado del pueblo.
Cortez asintió, serio.
- Vamos a informar a la gente de lo que pasa – dijo, acercándose al centro de la gran sala de estar de la mansión del ganadero.
Mike buscó con la vista a Sam y se acercó a él, seguido de Sue. Su amigo estaba al lado de Emilio Villar, con el que había hecho equipo para buscar a los supervivientes de las casas de la zona. El bandido tuvo que tragarse su orgullo y aguantar al lado del telegrafista.
Mike observó de reojo a su amigo. Sam estaba muy sudoroso y sufría temblores, como si tuviese mucho frío. Tenía grandes ojeras moradas y parecía demacrado.
- Muy bien – dijo Cortez, llamando la atención de la gente sin subir mucho la voz. – Queda apenas una hora para el amanecer. Podemos quedarnos aquí y sobreviviremos. Pero los vampiros han recuperado todos los caballos que estaban ayer en el gran establo y habían huido. Creemos que lo que quieren es matarlos, para dejarnos sin medio de transporte. Eso hará que, cuando llegue el amanecer, tendremos que ir a pie hasta Culver City. No llegaremos allí, aunque andemos todo el día por el desierto. Cuando llegue la noche estaremos al descubierto y seremos presa fácil para los vampiros.
La gente se quedó sin palabras, aterrada. Estaban a salvo, sí, pero su final iba a ser mucho más terrible que si hubiesen muerto aquella noche o la anterior en el pueblo.
- Sólo podemos hacer una cosa – siguió Cortez, cuando la gente ya había reflexionado sobre su situación y habían empezado los cuchicheos de pánico. – Tenemos que recuperar los caballos.
- ¿Cómo? – preguntó alguien.
- Tenemos que decidir quién se sacrifica para salvar a los caballos. Para salvarnos a todos.
La gente volvió a callarse, mirándose unos a otros.
- Yo voy a ir – dijo Cortez, y la gente se relajó un poco. – “Chucho” y Pete vienen conmigo. ¿Hay alguien más que quiera ayudarnos a salvar a los caballos?
Mike sonrió de medio lado, cínico. ¿Quién se iba a proponer voluntario?
En ese instante Sam levantó el brazo y asintió hacia Cortez. Mike le miró asombrado, y casi le pasó desapercibido que Emilio Villar y Sue también accedían a ir con los cazavampiros.
- ¿Qué haces? – le preguntó a su amigo, frenético, en un susurro. – ¿Estás loco?
- Estoy muerto  –  contestó  Sam,  con  serenidad. – Quiero aprovechar esa certeza para no arriesgar la vida de otras personas del pueblo.
Mike se quedó helado, ante la aceptación de su amigo de la evidencia de su inminente muerte.
- Entonces yo iré contigo – susurró, dándose la vuelta hacia Cortez. – Yo también iré.
El cazavampiros asintió.
- ¿Qué haces? – dijo Sam, tomándole del hombro y dándole la vuelta para que estuviese otra vez de cara hacia él. – No puedes ir. Precisamente por eso voy yo, para proteger a la gente de tener que arriesgarse....
- Prometiste a mi hermano que me cuidarías.... Tengo que estar a tu lado para que puedas hacerlo – dijo Mike, decidido. Sam sólo pudo apretar los labios, incómodo y nada de acuerdo con la situación.
El grupo que iba a ir a los establos estaba compuesto por nueve personas: además de Cortez, McGraw y Pete White, los voluntarios habían sido Mike, Sam, Sue, Emilio Villar y otros dos hombres del pueblo, uno joven y uno más viejo.
- Señor, quiero ir con ustedes – dijo Ron a Cortez, cuando el grupo se estaba reuniendo en el recibidor de la gran casa, para salir a la calle. – Conozco los establos, puedo indicarles por dónde salir, cómo abrir la gran puerta trasera....
- No, hijo – dijo Cortez, con firmeza pero con amabilidad. – Necesitamos a alguien fuerte que se quede cuidando de esta gente.
- Pero puedo ayudarles.... – rogó el chico.
- Lo sé. De verdad que lo sé. Por eso quiero que nos ayudes quedándote aquí – dijo Cortez, tendiéndole un puñado de balas de madera. – Búscate un revólver y protege a esta gente.
Ron aceptó las balas con sorpresa.
- Será un honor – musitó el muchacho.
- Ron – dijo Mike, acercándose al chico, tendiéndole el Colt Dragón que el bandido había cogido para sí pero que todavía no había utilizado. – Ya no tienes que buscarte un arma....
- Muchas gracias – dijo el chico, cargando el revólver con pericia. – Buena suerte.
- También para vosotros – dijo Cortez, dedicándole una cálida sonrisa al chico. “Chucho” McGraw abrió la puerta y los nueve salieron de la mansión.
Caminaron por la calle, agazapados, intentando no llamar la atención de los vampiros que estaban lejos, más allá en la misma calle. Solamente se oían los jadeos del hombre mayor, fumador empedernido de pipa, y las espuelas de Sue Roberts, que tintineaban cuando la chica andaba.
- Vamos allí – susurró Emilio Villar, señalando una casa sencilla. Todo el grupo fue hasta la casa y entraron, por consejo del telegrafista. Aseguraron la puerta y se reunieron en una amplia cocina que había en la parte trasera de la casa. – Esta casa es de Jenny Holmes. Ella está viva en casa de Lorenzo, así que estaremos a salvo de los vampiros, ¿no?
- Así es – dijo Cortez sonriendo. Mike sonrió de medio lado también, inclinando la cabeza, concediéndole un tanto a Villar.
Los nueve se dispusieron por la cocina, en círculo, mirándose unos a otros.
- Tenemos que darnos prisa, quizá lleguemos tarde y ya hayan sacrificado a los caballos – empezó Cortez. – Sabemos todos dónde está el gran establo, ¿verdad? Tenemos que llegar hasta allí sin que nos descubran. Y luego sorprenderles, aunque nos estarán esperando. ¿Es cierto lo que dijo Ron, lo de la puerta trasera?
El chico joven asintió.
- El establo tiene una puerta por detrás casi tan grande como la delantera, la que da a la calle del pueblo – explicó el chico, llamado Henry Stewart. – Se puede abrir, aunque costará y hará bastante ruido.
- Bien. ¿Tú podrías hacerlo, chico? – preguntó Cortez.
- Creo que sí – contestó decidido. – He visto a Ron hacerlo varias veces.
- Bien. “Blanco”, irás con este chico por la parte de atrás, con Nelson y Sam. Tenéis que entrar y sacar a los caballos, sin preocuparos por los demás – dijo Cortez, mirando a cada uno cuando los nombraba. – Yo iré por la parte delantera, llamando la atención de los vampiros. “Chucho” estará conmigo.
- Yo también iré con ustedes – dijo Sue, decidida.
- ¿Tienen buena puntería? – preguntó Cortez a Villar y al otro hombre, James Fonda. El telegrafista asintió sin dudar, pero el otro hombre no lo hizo muy convencido. – Les daremos balas de madera para que nos cubran desde los tejados de las casas de enfrente del establo.
- Yo disparo mejor que James – dijo Henry. – Sería mejor que intercambiara mi sitio con él.
- ¿Sabe dónde está la puerta trasera del establo?
- Sí – dijo el viejo Fonda, convencido.
- Bien. Usted irá con Pete y los otros. Y tú, hijo, nos cubrirás junto con el señor Villar – decidió Cortez. – ¿Todos tienen estacas afiladas?
El grupo entero asintió.
- Bien. Pete, Lucius, recoged todas las balas que tengáis y dádselas a nuestros tiradores. Quedaos sólo con las necesarias para llenar un tambor....
Los tres cazavampiros reunieron todas las balas que tenían y se las entregaron a Villar y a Henry Stewart. Los dos hombres empezaron a cambiar sus balas de plomo, inútiles, por las de madera.
- Muy bien. ¿Estamos listos? ¿Saben todos lo que tienen que hacer? – los otros ocho asintieron. – En marcha entonces.
El grupo salió de la casa y se dividió: unos avanzaron pegados a la fila de casas en la que estaba la de Jenny Holmes y los otros cruzaron la calle y recorrieron el pueblo por detrás de las casas del otro lado, para llegar hasta el establo por detrás. Caminaron todo lo cuidadosos que pudieron, en silencio, sin apresurarse, asegurando la posición en la que estaban antes de avanzar.
El grupo de Mike avanzó más ligero, ya que iba escondido detrás de las casas. Vieron algunos vampiros en los tejados de algunas casas, pero todos estaban atentos al gran establo, sin mirar alrededor. Pasaron bajo ellos, que estaban de espaldas, mirando hacia el destino que llevaban los humanos.
Mike y Sam llegaron tras el establo sin problemas, acompañados por Pete White y el viejo Fonda. Se aseguraron de que no hubiese vampiros por allí, ni en los callejones que el establo tenía a los lados, entre el gran edificio y las casas adyacentes, ni en el tejado. El viejo les señaló dónde estaba la puerta trasera y la inspeccionaron entre todos.
Era de unos dos metros y medio de alto y unos tres de largo. Era una puerta corredera de tablones. Tenía un tirador de hierro oxidado, una manija, pero no se movió cuando tiraron de ella.
Mike arrugó la cara. Era el chico joven, el tal Stewart, el que sabía cómo se abría esa puerta. ¿Cómo iban a abrirla ellos?
Sam agarró el tirador y tiró con fuerza, intentando mover la puerta.
Alguien tiró de ella desde el interior, con gran fuerza. La puerta saltó sobre sus varios pestillos, que los humanos no habían encontrado, y realizó todo su recorrido hasta abrirse, arrastrando a Sam, agarrado todavía a la manija.
Alastair estaba frente a ellos.
El vampiro, vestido de negro, con su traje de chaqueta larga, alto, magnífico, los miró, divertido, con una sonrisa peligrosa en los labios. Antes de que ninguno pudiese reaccionar se volcó sobre Pete White y le mordió en el cuello, haciendo saltar la sangre en varias direcciones. Pronto “el Blanco” se tiñó de rojo.
Mike, aterrado, logró echar a correr, metiéndose dentro del establo, pensando sólo que allí estaban los caballos y así podría huir de allí. El viejo Fonda le siguió, pero dos vampiros cayeron sobre él, clavándole los colmillos en el cuello y en el brazo. Mike tuvo el suficiente control para darse la vuelta y desenfundar, disparando una vez sobre cada uno de ellos. Las dos bestias aullaron doloridas, retorciéndose y estirándose, dejando al viejo. Mike logró apuntar bien otra vez y les dio otro tiro a cada uno, en el corazón. Los dos vampiros cayeron muertos al suelo.
Mike volvió a correr hacia el establo, hacia el interior.

Alastair, después de dejar seco a Pete White, siguió al bandido al interior del edificio.

lunes, 9 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - La última noche (3 de 5)

- XI -
(3 de 5)

Pasaron las horas. Los supervivientes aguantaron en sus escondites, vigilando con  precaución las evoluciones de los vampiros por el pueblo. Algunos incluso durmieron, después de un día muy largo de trabajo y lleno de tensión.
Mike despertó de repente, asustado. Se había quedado dormido, sentado en un sillón del piso de arriba de la casa de Chester. Deseó que hubiese pasado la noche, pero al asomarse a la ventana descubrió que todavía estaba oscuro, aunque habían pasado varias horas. Las estrellas se habían movido en el cielo.
Una luz llamó su atención. En una casa de las de enfrente, al otro lado de la calle, unos edificios hacia la izquierda, una luz temblorosa apareció en una ventana del piso superior. Mike se fijó con atención: parecía un quinqué encendido en medio de la habitación.
- Apaga eso, apaga eso.... – murmuró, sin poderse imaginar cómo podían haberse despistado tanto en aquella casa.
Los vampiros también lo vieron, alterándose y poniéndose nerviosos. Tres de ellos corrieron hacia la casa, a una velocidad asombrosa, golpeando la puerta para entrar, pero los supervivientes habían tomado sus precauciones y aquella casa también tenía un dueño que estaba vivo.
Alastair llegó paseando por la calle, acompañado de otros tres vampiros grandes y fornidos y por una niña pequeña, de rizos rubios. No dijo nada, solamente observó actuar a sus soldados.
Varios vampiros sacudieron la casa, agarrados a las paredes con sus garras. Otro se separó de ellos, alejándose de la fachada de la casa. Era una mujer (o lo había sido cuando estaba viva) y no dejaba de mirar hacia la ventana donde se podía ver la luz. Cogió una piedra debajo del porche de la casa de enfrente y miró con atención la luz.
Mike se preguntó que tramaba justo cuando la vampiresa lanzó la piedra, con un movimiento ligero de la muñeca, casi con desgana. Sin embargo, la piedra salió disparada con fuerza, atravesando el cristal de la ventana y chocando contra el quinqué, rompiéndolo y haciendo que el petróleo y el fuego se derramaran por la mesa y la habitación.
La vampiresa empezó a reír con una risa macabra cuando las llamas alcanzaron gran altura.
Gritos de pánico empezaron a salir de la casa y los vampiros se separaron de ella, expectantes. El primer superviviente no se hizo esperar, huyendo de las llamas que iban a empezar a devorar el edificio. Los vampiros de la calle le dieron caza.
- ¡No! ¡No! ¡No salgáis! – dijo Mike, para sí mismo, mirando por la ventana, ya sin precaución ninguna.
Pero los supervivientes de la casa en llamas no podían quedarse dentro y fueron saliendo todos. Los vampiros se alejaban del fuego, al que temían casi tanto como al Sol, pero no dejaban escapar a ningún humano que salía del incendio.
Pronto salieron humanos de otras casas, corriendo para ayudar a los supervivientes que salían de la casa que se quemaba. Mike los miró con cara de incredulidad. Corrían hacia una muerte segura. Los vampiros se encargaron de ellos, cazándolos también.
Pero la distracción sirvió: algunos de los que huían del incendio pudieron escapar de los vampiros. Éstos les siguieron a lo largo de la calle.
Mike reconoció entonces a uno de los humanos que habían salido de otras casas para ayudar a los supervivientes de la casa en llamas.
- ¡Sam! ¡Sam, vuelve!
Su amigo había salido a la calle y peleaba con un vampiro, clavándole la estaca en el corazón. Otro lo atacó, pero Sam también pudo reducirle.
Más humanos habían salido de la casa en la que se escondía Mike, así que un grupo de cuatro vampiros fueron hacia la casa, intentando entrar en ella, pero también estaba vetada para ellos. Su dueño estaba vivo.
Mike vio en ese momento a Chester peleando en la calle contra los vampiros y se quedó sin aliento. ¿Qué hacía ese gilipollas allí abajo?
Las peores previsiones de Mike se cumplieron entonces: un vampiro agarró al carnicero y le arrancó la cabeza de un tirón, lanzándose a por la herida del cuello, bebiendo la sangre que salía.
Los cuatro vampiros que intentaban entrar sintieron que la protección de la casa se desvanecía y entraron aullando como locos. Gritos de terror llegaron desde abajo. Mike sintió que se le ponían de punta los pelos de la nuca.
No se lo pensó dos veces y abrió la ventana. Se subió al alféizar y se lanzó al suelo, aterrizando con las piernas dobladas. Aun así rodó por el suelo, pero no se hirió. Se levantó y salió corriendo, mientras en la casa del carnicero seguían muriendo supervivientes.
Corrió por la calle del pueblo, sintiendo que alguien le seguía, pero Mike no se giró. Corrió todavía más rápido, intentando huir. Un rugido sonó detrás de él y algo le cayó encima, tirándole al suelo. Quedó boca abajo, con el vampiro en cuclillas sobre su espalda. Escuchó el siseo de victoria de la bestia.
Entonces notó que el vampiro daba un espasmo, como un pequeño salto sobre su espalda y luego caía de lado al suelo. Mike se incorporó enseguida, desenfundando y apuntando al vampiro tendido en el suelo.
Pero estaba por dos veces muerto. Una estaca le atravesaba el corazón desde la espalda.
Miró la figura que estaba de pie al lado del vampiro muerto y reconoció a Sue. La chica le tendió la mano y le ayudó a ponerse en pie, tirando de él.
- ¡Vamos!
Los dos corrieron por la calle, muy lejos ya del incendio y de la carnicería en la casa de Chester el carnicero. Entraron corriendo en una casa abandonada, cuyo dueño había muerto la noche anterior. Sabían que allí no estaban realmente seguros, pero si los vampiros no les habían visto entrar, todavía tenían una oportunidad.
- Gracias – dijo Mike, jadeando todavía. Sue contestó con un cabeceo.
Estuvieron los dos un buen rato en silencio, recobrando la respiración normal y tranquilizando a sus desbocados corazones. Entonces escucharon unas frías pisadas en el exterior.
Contuvieron la respiración, sin moverse. Estaban los dos en la sala del piso de abajo, tirados en el suelo, apoyados contra la pared. Al abrir la puerta, quienquiera que fuese que estaba fuera podría verles.
Sue y Mike se pusieron en pie, lentamente, ayudándose a levantar. Los pasos fuera se volvieron más cautelosos, más felinos. Más acechantes. Los dos humanos empezaron a moverse hacia las escaleras, para subir al piso de arriba.
Entonces una madera crujió.
La puerta se abrió de golpe y pudieron ver a dos vampiros en el vano, sorprendidos de encontrar allí a alguien. Se lanzaron dentro de la casa, con las fauces abiertas y las garras por delante.
Mike sacó su revólver y disparó, alcanzando al primer vampiro en el pecho. Las balas de madera le detuvieron, frenándole, haciendo que se retorciera de dolor. El otro vampiro se lanzó hacia Sue, que no se inmutó. Sacó una pequeña ballesta que llevaba colgada del cinto, al lado de la funda de la pistola y disparó una pequeña flecha de madera a su atacante. La flecha se clavó en el corazón de la criatura y ésta cayó al suelo, muerta.
El vampiro al que Mike había disparado se acercó de nuevo a él, dolorido y sangrando por las heridas de bala. Mike no supo reaccionar.
Un humano le saltó a la espalda al vampiro, forcejeando con él. Mike logró reconocer, a duras penas, a Frank Wallach, el ayudante del sheriff. Pero no pudo pensar demasiado en él, porque otros tres vampiros entraron por la puerta.
Sue, que había recargado su ballesta, disparó a uno, acertándole en el corazón y matándolo. A diferencia de los demás, su cuerpo se deshizo en polvo antes de caer al suelo. Los otros dos vampiros también cargaban contra ellos cuando otro humano entró en la casa, estaca en mano, y los empujó por la espalda. Uno de ellos cayó al suelo, donde Sue lo remató con su estaca. El otro chocó contra la pared, revolviéndose hacia el recién llegado, gruñendo y siseando.
El sheriff Mortimer, pues no era otro el que había entrado en la casa, se lanzó contra él y le clavó su estaca. Se levantó rápidamente y se fue a ayudar a Frank Wallach, que estaba recibiendo una buena paliza del vampiro tiroteado por Mike. El sheriff le apuñaló con la estaca de madera en el corazón, haciendo que también se deshiciese en polvo.
Frank cayó al suelo, agarrándose un mordisco en el cuello que sangraba mucho. El sheriff le miró sin ninguna expresión, de pie, seco y duro.
- Gracias, sheriff – dijo Mike.
- Gracias – murmuró Sue.
Douglas Mortimer no los miró, sólo asintió ligeramente.
- Salid – musitó, tajante.
Mike y Sue le miraron, casi sin comprender lo que quería decir.
- Salid – volvió a decir, un poco más alto y más seco, sin dejar de mirar a su ayudante, que se desangraba, mordido por el vampiro. Con delicadeza, sacó un gran machete de una funda que llevaba al cinto, en la espalda. Mike tragó saliva, imaginando lo que el sheriff se veía obligado a hacer.
- Vamos – murmuró, tomando de la mano a Sue y saliendo de la casa con ella, vigilando que no hubiese vampiros en la calle.
- ¿Dónde podemos refugiarnos? – murmuró Sue.
- Allí – dijo una voz a sus espaldas. Los dos se giraron, asustados. Una sombra se acercaba a ellos corriendo por la calle: cuando se paró delante de ellos Mike vio con alivio que era Sam.
- ¡Estás vivo! – dijo Mike, alegre. Se preguntó cómo había sobrevivido su amigo a la lucha con los vampiros. Recordó entonces el funesto futuro que le esperaba a Sam e imaginó que algunas características de ellos ya se estarían manifestando.
- ¿Dónde has dicho que podemos escondernos? – preguntó Sue, con su bella voz cargada de prisa.
- Allí – señaló Sam. – Es una casa segura.
Los tres se dirigieron a ella. Llamaron a la puerta.
- ¡Eh! ¡Somos supervivientes! ¡Supervivientes humanos! – dijo Mike, esperando que le oyesen dentro, mirando hacia el lado del pueblo donde se había quemado la casa.
- No hay problema – dijo Sam, al percibir la preocupación de su amigo. – Están entretenidos con los cuerpos de allí.
La puerta se abrió entonces. Mike pudo reconocer a Emilio Villar e hizo una mueca de disgusto. El anfitrión de la casa no mostró ninguna emoción al verle, tan sólo prisa.
- ¡Vamos! ¡Entrad! Daos prisa – dijo, dejando pasar a los tres y volviendo a cerrar la puerta. Mike se sintió un poco más seguro y tranquilo por su amigo Sam, cuando vio que pudo entrar sin problemas en la casa.
En la casa de Emilio Villar sólo se escondían el dueño, Ron el mozo de cuadras (al que Mike se alegró de ver que había sobrevivido al ataque de la casa del carnicero) y una chica de la misma edad que él, terriblemente asustada.
- Gracias – dijo Sue.
- ¿Qué ha pasado más allá? – preguntó Emilio, dirigiéndose a la mujer, olvidando deliberadamente a Mike.
- Los vampiros han conseguido incendiar una casa y han aprovechado para cazar a los que huían del fuego. Ha habido gente que ha salido de otras casas seguras para ayudar a los que huían del incendio, y también han muerto.
- Los vampiros ahora están bastante entretenidos con los muertos de allá – intervino Sam. – No nos han visto entrar aquí.
- Estaremos seguros un poco más de tiempo, entonces – dijo Emilio Villar. – Mientras tanto, mi casa es vuestra.
Miró a Mike al terminar la frase, y sonrió con ironía. Mike hizo otra mueca, yéndose a sentar en el suelo, apoyado en la pared. Sam llegó hasta él y se sentó a su lado.
- ¿Cómo te encuentras?
- Extraño – dijo Sam, después de pensarlo un rato. – Sigo siendo yo, pero puedo escuchar claramente el latir de vuestros corazones y oler vuestra sangre recorriendo vuestro cuerpo. Me falta poco....
Mike le miró, sin añadir nada más.
Sue se sentó entonces a su otro lado. Mike agradeció poder concentrarse en otra persona.
- ¿Por qué algunos vampiros se deshacen y otros no? – preguntó intrigado tras lo que habían visto después de su pelea en la casa abandonada.
- Depende de su edad. Los vampiros más antiguos tienen el cuerpo marchito, desgastado. Sólo se mantienen gracias al demonio que los poseyó. Cuando acabamos con ese demonio el cuerpo vuelve a ser lo que era: un cuerpo de decenas de años. Por eso se convierten en polvo. Los vampiros convertidos recientemente simplemente dejan atrás su cuerpo muerto, que no ha dado tiempo que se estropee.
Mike asintió, sorprendido y comprendiendo a la vez.
Emilio Villar se acercó a ellos.
- ¿Queda mucho para el amanecer? – preguntó, ansioso.
- Unas pocas horas – contestó Sue.
Villar sacudió la cabeza.
- No sé si lograremos sobrevivir....
- Claro que sí. No pueden entrar en las casas....
- Pero pueden hacernos salir – dijo Villar. – Ya tienen un incendio. Pueden extenderlo al resto de las casas.
- Aun no lo han hecho – dijo Mike, práctico. Después se deslizó el sombrero sobre los ojos y se recostó contra la pared, intentando dormir.


miércoles, 4 de mayo de 2016

Vampiros del Far West - La última noche (2 de 5)

- XI -
(2 de 5)

Mike salió de la casa y cruzó la calle del pueblo, corriendo por la arena del desierto, mirando hacia las lejanas montañas. Llegó hasta otra casa del pueblo y llamó a la puerta, cerrada a cal y canto.
La puerta se abrió una rendija y Mike pudo ver una fracción de cara. El poblado mostacho le indicó que era “Chucho”.
- Hola. Necesito hablar con Cortez.
“Chucho” abrió la puerta del todo y dejó pasar al bandido. Mike anduvo hacia la sala de estar. Allí estaba Cortez, sentado a una mesa, tomando algo de comer. Sue Roberts estaba sentada en una silla, frente a él, a varios metros.
- Me alegro de habernos conocido – decía Cortez, sonriendo ligeramente. – No sabía que teníamos a una “hermana” de armas aquí en Desesperanza, alguien que se encarga del mismo trabajo que nosotros. Siempre es esperanzador ver que hay gente que seguirá con esta misión una vez que uno lo deje....
Los dos se volvieron hacia Mike, que se detuvo a la puerta de la sala.
- ¡Nelson! ¿Qué haces por aquí? – dijo Cortez, amable.
- Necesito hablar con usted – miró a Sue con cara de disculpa. – A solas.
- Muy bien – dijo la mujer, levantándose y saliendo de la habitación, sonriendo a Mike al salir.
- ¿Qué pasa? – preguntó Cortez, poniéndose serio.
- Es sobre Sam.... – empezó Mike.
- ¿El negro?
Mike asintió.
- ¿Qué le pasa?
- Le han mordido.
Cortez se envaró. Meneó la cabeza, con pena.
- Por eso me preguntó bastante sobre eso....
- ¿Cuánto le queda?
- Poco. Puede que se transforme esta misma noche....
- ¿Esta noche?
- La transformación es muy rápida. En dos o tres días se ha completado. Pero aquí, en el desierto, es más rápida aún. Suponemos que es por el calor, pero no estamos seguros....
- ¿Y qué podemos hacer?
Cortez se mantuvo en silencio un momento, mirando a Mike, con dureza y con lástima.
- Debe morir.
- ¿Morir? ¿A sangre fría? – preguntó Mike, escandalizado.
- Es lo mejor. Para él y para nosotros – explicó Cortez, con dureza. – Sufrirá bastante durante el proceso y cuando cambie, cuando muera, ya no nos reconocerá a ninguno. No será más Sam. No será tu amigo. Sólo un vampiro más.
Mike se pasó la mano por la cara, notando la barba corta que rascaba las yemas de sus dedos. Parecía la única opción. Pero aun así....
- Gracias – dijo, poniéndose en pie.
- Lo lamento – aseguró Cortez.
Mike asintió, en gesto de agradecimiento, y salió.
Cruzaba la calle mirándose los pies, pensando en qué hacer. ¿Se lo diría a Sam? ¿Haría como si nada pasaba? ¿O entraría en la casa y le pegaría un tiro a su amigo?
- ¿Pasa algo, Nelson?
Mike parpadeó, volviendo a la realidad. Delante de él estaba el sheriff Mortimer, delgado, de negro y seco como siempre.
- ¿Eh? Nada, nada....
- Has ido a hablar con ese cazador de vampiros – dijo Douglas Mortimer, duro y decepcionado a la vez. – No me digas que no pasa nada.... Ese hombre se está haciendo con el control de este pueblo....
- ¡Venga ya! Sólo sabe qué hacer en estas situaciones.... – Mike echó a andar hacia la casa en la que se escondía, pasando al lado del sheriff, que no se movió del sitio, mirando fijamente la casa en la que estaba oculto Cortez con sus compañeros. – Es un buen tipo, ¿sabe?
Mortimer soltó una carcajada seca.
- Mira de dónde me vienen las referencias....
- Mi fama me precede, ¿no es así? – dijo Mike, con el mismo tono de broma que el sheriff. Pero no se sentía de broma, en realidad. Le apenó, por primera vez, la fama que tenía en el oeste americano.
Un fragor lejano surgió de repente. Los dos hombres miraron alrededor, buscando de dónde procedía.
- Allí – dijo Mike, señalando.
Una gran bandada de murciélagos surgió de las cuevas de las montañas. El murmullo atronador de las alas al batir venía acompañado de una serie de chillidos agudos.
- Ahí vienen – dijo Mortimer, en voz baja. El sheriff y él se fueron separando poco a poco, sin dejar de mirar ninguno de los dos la marea de vampiros que se acercaba al pueblo. Al cabo de unos pasos, Mike echó a correr hacia la casa en la que se ocultaba. Mortimer hizo lo mismo, caminando con calma, sin perder de vista la bandada de murciélagos.
Mike entró corriendo en la casa del carnicero, donde estaba escondido con el dueño, Sam y otros cuantos supervivientes más. Cerró la puerta antes de que los vampiros viesen que en aquella casa había seres humanos.
La casa estaba a oscuras, porque todas las ventanas estaban cerradas, con los postigos por fuera y grandes cortinas por dentro. Los supervivientes sabían que los vampiros no podían entrar en las casas de alguien sin recibir invitación, que era imposible para ellos, pero no querían que los monstruos supiesen en qué casas había gente y en cuáles no.
Mike compartía escondite con Sam, Chester Brown, que era el carnicero de Desesperanza, el mozo de las caballerizas (cuyo nombre era Ron) y otras tres personas más, dos chicas y un chico jóvenes, que habían perdido a sus padres la noche anterior.
Desde una ventana del piso de arriba, espiando por una rendija abierta entre las cortinas, con mucho cuidado, Mike pudo ver cómo los vampiros llegaban al pueblo y aterrizaban en el suelo, cambiando de su forma animal a su forma humana. Eran unos treinta, y todos estaban en su forma de ataque: los ojos de todos eran negros completamente y los colmillos asomaban por fuera de la boca.
Los vampiros se dividieron en grupos, caminando con tranquilidad y superioridad por la calle del pueblo. Husmeaban, intentando encontrar el olor de los supervivientes, pero era difícil, porque estaba por todo el pueblo. Por eso Cortez les había hecho moverse a lo largo de toda la calle, para confundir a los vampiros.
Todas las casas del pueblo estaban cerradas y atrancadas, con las cortinas echadas. Desde la calle no se podía saber en cuáles había gente y en cuáles no. Los vampiros deambularon por el pueblo, sin decidirse a hacer nada. No encontraban el rastro claro de ninguna presa y las casas estaban vetadas para ellos.
Intentaron entrar en alguna, pero en aquellas que pudieron entrar no encontraron a nadie. Dos vampiros echaron abajo la puerta de una casa, a la que luego no pudieron entrar: un muro invisible en el vano de la puerta les impedía el paso. Aquella casa tenía un dueño vivo.
Los dos vampiros sisearon y gruñeron golpeando la pared al lado de la puerta prohibida para ellos. La madera se rompió y astilló.
- Calma, mis hermanos – dijo Alastair, apareciendo tras ellos. Los dos acólitos se separaron de la puerta. – El dueño de esta casa está vivo, pero no sabemos si está dentro. Destrozar la casa no nos servirá de nada: desperdiciaremos horas reduciendo esto a escombros y quizá no encontremos nada....
Los dos vampiros hicieron una reverencia hacia su amo y luego sisearon hacia la oscuridad que había más allá de la puerta abierta, pero se alejaron de allí.